Traía un templo en la voz

¿Dónde está el individuo que ahora es cenizas esparcidas entre Tucumán, Mendoza y Buenos Aires? ¿ Dónde está aquello que se va cuando muere alguien, ese ‘eso’ tan eterno y efímero que llamamos con un nombre, cuya llegada al mundo festejamos y cuya partida ocasiona dolor y una clara sensación de pérdida?

Mercedes Sosa no cantará más, pero su canto acontecerá una y otra vez. La fama bien merecida no es una falacía ni un artificio sino un medio para que la verdad y la belleza puedan ser compartidas.   Las preguntas que surgen con la muerte y las variadas respuestas no difieren mucho cuando hablamos de alguien cuya biografía no roza la fama o de alguien aclamado por millones.

El cuerpo que no estará.

La duda respecto a algo que se queda o algo que se va o que a ratos nos parece que es eterno y otras veces, a pesar de la fe, nos parece que no lo es. Sabemos que al cuerpo de quien fue hasta hace unos días Mercedes Sosa le fueron rendidos los honores más elevados, su féretro emplazado en el Congreso de la Nación, acompañado de un séquito muy argentino, es decir,  Susana Gimenez, Maradona, La Presidenta, Charly García y una cuadrilla de cantantes y artistas del folklore local. Sabemos que al son de los aplausos del público sus restos fueron llevados al cementerio de La Chacarita. Estos datos importan, pero no tanto, porque su voz resuena en el mundo entero.

Dicen algunos expertos esotéricos que en edades futuras el habla dará vida, como entonces, en el génesis y que el canto dará aún más vida. . Personajes como Haydee Mercedes serán entonces vistos como precursores de ese don. Nunca nos sentimos incómodos con los superlativos grandiosos que le fueron atribuídos y me parece que eso es el más concluyente indicio de una intuición compartida de que – al menos en la imaginación – esos expertos esotéricos dicen la verdad.

La Voz de América, La voz de los que no tienen voz. Si existe o existirá alguna vez el poder de dar vida a través de las cuerdas vocales es indudable que ella lo poseía. ¿Dónde está ese individuo que nació no menos que un 9 de julio, fecha patria de su tierra, hija de los indios dieguitas, en una región donde durante todos los siglos de la conquista española los indios no han sabido otra cosa que pobreza, aislamiento, batallas, desprecio y humillación?

¿Qué muere cuando se muere alguien?

Escribo estas líneas desde un punto del globo tan alejado de los lugares donde los restos de la gran Mercedes Sosa ya han sido cremados, allí donde sus cenizas ya han cubierto la tierra de la que surgió y a la que tanto amaba.  A pesar de los paisajes cibernéticos, a la par de éstos,vivimos en contextos físicos que cambian nuestra percepción de lo que acontece. Por eso nunca podré decir que Mercedes Sosa murió en la primavera, tal como fue, porque en el hemisferio norte avanza el otoño, por ejemplo.

Para mí murió en el otoño del mediterráneo oriental. Amagos de lluvia postergada, vientos desde el mar, cubrirse la solera con un chal cuando crece la noche. La locutora que anunció su deceso en la televisión lo hizo refiriéndose a Mertzedes Sosa y, por cierto, con la ‘r’ de Mercedes muy gutural.  Esas sutilezas  son las que construyen a un individuo, mucho más de lo que nos parece, hasta el punto de determinar gran parte del arte que ese individuo crea o creará, si nos referimos a un artista. Un gran artista. Alguien tocado con la misteriosa genialidad que lo aparta de todos los que son excelentes, buenos, muy buenos, pero no únicos.

Los genios son únicos y son de todos. Su hijo, Fabián, su asistente, María, sus amigos inmediatos, su peluquera, los compositores, los guitarristas, los sonidistas y fotógrafos, es de ellos, pero también de cualquier individuo que alguna vez se detuvo a tener más belleza, más conciencia o más valor porque la había escuchado. Es  mía, de usted, tuya, de todos. Como John Lennon, como Mozart, como Bob Dylan, como Einstein, Mercedes Sosa es de todos.

En esta lejanía se aprecia el efecto de su voz, desligada del significado de las letras, desligada de los contextos sociales e históricos, porque gente que no entiende una palabra de castellano es capaz de estremecerse con su canto y – es asombroso – entender de algún modo que no se trata de canciones así porque sí.

No obstante, para entender ese efecto en la distancia hay que regresar a las escenas in situ, allí, en Federico Lacroze y recordar que mientras algunos la duelen en silencio , otros, con bombos, repiten y canturrean  ‘Se siente, se siente, La Negra está presente’. Ahí, en ese encuentro imposible del  ciudadano afluente y culto con los de los de los bombos y el canturreo, allí está Mercedes Sosa.

Mercedes Sosa es el vínculo entre quienes viven con Borges como patria transportable y los otros, quienes no pueden sin Susana y sin Maradona.

A fin de amar la genialidad de quien la posee no hace falta compartir con otro admirador ni la política ni el gusto culinario ni el nivel de alfabetización. El espíritu basta. Es casi un acto de fe. Ese es el misterio. Ese instante en el cual sabemos que una especie de comunión acontece.

Allí donde presenciamos en público un acto de arte o exposici[on de saber que puede mucho más que la suma de sus elementos. En uno de sus conciertos doy fe que se encontraban representantes del régimen que la había detenido y lanzado al exilio, sobrevivientes de torturas perpetradas por ese régimen y mucha gente como mucha gente.

Tuve la suerte de verla en escena y de oírla cantar en tres oportunidades, aquí, en el tan lejos. Su humildad y su grandeza reverberan en mi memoria desde entonces como parte inseparable de su canto. Agrego sin hacer alarde de nada que tuve la suerte de ver en vivo a Susana Rinaldi, Maria Bethania, Gal Costa o,  desde otro punto de la cultura musical a Kiri Te Kanawa, a Emma Kirkby…todas ellas poderosas y mágicas, implacables y tiernas, capaces de contar al cantar y de expresar una gama amplia y profunda de la experiencia humana.

Pero la atmósfera que creó Mercedes Sosa al subir a escena, con un bombo, con la mano regordeta empuñada con ternura, esa era la atmósfera de un templo sencillo y veraz.  Mercedes Sosa no sólo traía un pueblo en su voz.  Había en su presencia una nota similar a la que  emite el  Dalai Lama y que tenía también la Beata Madre Teresa de Calcuta. Es algo que suma una profunda sensación de dignidad con un gesto ligero, carente de arrogancia, pero henchido de autoridad.

Esa era la  belleza que  impregnaba su voz.

No era la voz de una cantante que intenta seducir en lo sensual, aunque la ternura de sus interpretaciones puede ser calificada de altamente sensual.

No era la voz que intenta dejarnos maravillados ante la acrobacia de sus cuerdas vocales.

No era una voz que estuviera al servicio de la fama o de los goces de la cantante.

No era tampoco el grito de protesta que olvida a su audiencia mientras – como Hendrix, como Janis Joplin – se sume y consume en el dolor y la alienación.

Esa mujer con el pelo renegrido y la mano tierna que se alzaba en el aire había puesto su voz potente y conquistadora al servicio de algo más grande que ella misma.  Quizá por ello el placer de escuchar la parte fácil del espectáculo siempre conducía a algo más, a su espíritu y , por mimesis, del suyo al nuestro.

Mercedes Sosa traía un templo en la voz. Cuando tenga la tierra. Volver a los 17. Te recuerdo Amanda. Zamba para no morir. Carito. Canta conmigo canta. Al cantar decía algo que las letras de las canciones y las melodías no logran atrapar. Es en esa comunión de los chicos malos con los más inocentes que un colectivo cobra conocimiento de que lo es. Todos juntos frente a algo que eleva sin exigir que nos dobleguemos.  La forma en que su voz se quebraba en un ‘Gracias’ era tan importante como el canto que lo precedía y como el aplauso que no cesaba.

El ruido de su deceso se acalla, otras noticias suplantan la de su ausencia.  Obama no recibe a Lama, quizá el más pacífico de los grandes del planeta, pero recibe el premio Nobel de la Paz. ‘No se va, no se va. La Negra no se va’ canturreaban los que canturreaban que ‘Se siente, se siente’.

De lejos nos preguntamos acerca de ese aspecto pueril y futbolero de la gran cultura argentina, prestándose a hacer cantitos hasta con lo que inspira o debería inspirar reverencia. Alguien grande se está yendo del mundo. Una desearía decirles a los que canturrean que la irreverencia es ajena a la libertad.

La libertad requiere discernimiento constante, valores más que símbolos y símbolos más que pancartas. El espíritu compartido cesa, la comunión se acaba. Vuelve el intelecto o la falta de intelecto, la reverencia o el desentenderse irresponsable, el que sabe y el que elige la ignorancia, quien fuera privado de educación, pero se emociona ante la belleza  y quien prefiere no preguntar nada que pueda hacerle cambiar.

Argentinitos que éramos, con uniformes o guadapolvos, mientras Onganía derrocaba a Ilía, con Borges y Bioy Casares vivos y en la plenitud de su creación literaria, con las voces y letras maravillosas de María Elena Walsh, de Joan Manuel Serrat y de Mercedes Sosa, desorientados con el secuestro de Aramburu, con los asaltos a los camiones de leche que sería distribuída en las villas. Serrat cantaba ‘vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a sus riquezas y el señor cura a sus misas’ en su temprana canción ‘Fiesta’. Así es. La comunión que compartimos gracias a la voz de Mercedes Sosa debería continuar.

¿Adonde habrá ido Mercedes ahora? No dejemos que vaya a parar a esos míseros espacios de la idolatría de la fama, hagámosla nuestra, dejémosla quedar, allí donde hace falta una voz que con indeleble sensibilidad cubra el vacío que en nuestros queridos países se abre entre los valores y los símbolos.

 

 

Traía un templo en la voz
Traía un templo en la voz

Una palabra del editor. Esto lo agrego en enero de 2019. Fabiana Leonor Heifetz murió el 25 de enero de 2011, hace casi ocho años. En medio de un gran sufrimiento y con la mayor de las dignidades posibles. Murió creando hasta el último segundo. Poeta sin igual, intelectual de los que no hay. Una mujer hermosísima por fuera y hermosísima por dentro. Traductora del español al hebreo. Crítica literaria del principal matutino de Israel. Fuimos amigos por muchos años, y después la vida y la distancia hicieron lo suyo. Cuando inició HispanicLA retomamos el contacto, con base en nuestro mutuo amor a la letra. Este texto sobre Mercedes Sosa, que releo después de años, nadie más lo podía haber escrito. Cómo lamento, cada día, la muerte de las dos. GL

Noticia en Ynet (en hebreo)

 

Fabiana Heifetz, argentina, dejó su país en el comienzo de los 70. No vivió allí las atrocidades que acontecieron, pero aquellos acontecimientos fueron decisivos en su rica biografía. Poeta, editora, crítica literaria y traductora, lectora en cinco idiomas y trilingúe en efecto. Falleció en Israel el 25 de enero de 2011.

5 comentarios

  1. leonardo, tenés razón, pero el artículo de Fabiana Heifetz lo dice bastante claro, no?
    me encanta lo de Maradroga…

  2. Mercedes Sosa ese individuo que sus cenizas fueron esparcidas…….esta en cada rayo de sol que alumbra a la Argentina y al mundo y que con su voz trata de alejar las pesadas nubes que nos oscurecen (Susana Gimenez, Maradroga, Cristina K, Nestor K, en Argentina) y otros cientos sino miles de nubes en el resto del mundo.
    LA NEGRA ESTA Y SEGUIRA ESTANDO AQUI PARA ILUMINARNOS Y TRATAR DE SEGUIR ADELANTE

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