TINTA ROJA: Perdida en Madrid por Laura Fernández Campillo

 

Dicen que las ciudades tienen alma, una especie de neblina, casi luminosa, que se adhiere a los corazones de sus habitantes, dejando consigo un halo de nostalgia al abandonarlas.

A veces, caminando por Madrid, sobre todo en soledad –que es donde más se condensan este tipo de emociones– la urbe me hace converger una maraña de sentimientos revueltos, que conviven amigablemente, a pesar de llevar raíces tan distintas; exactamente igual que sucede con los habitantes de esta ciudad. La sensación de sentirse único entre millones de personas fluye con distinción, más allá de la autoestima, o del egocentrismo; uno se vuelve único, a pesar de que se nace, porque uno se olvida de que lo es, y es necesario recordárselo.

Madrid tiene el encanto de una gran ciudad hecha a base de gentes de todas partes. Tiene la mirada plural y la piedra pulida por la disparidad de opiniones. Madrid tiene calles en las que la historia hace presencia, y calles en las que se gesta la historia a partir del futuro.

Y es en este tránsito intemporal y libre en el que se descubre una esencia por pura percepción, de repente, como sucede con los grandes inventos que nacen desde algún lugar que denominamos intuición, por no tener vocabulario suficiente. Fue de este modo que conocí Madrid, instantáneamente, no a pequeños pasos, ni de día en día, sino que fue en un suspiro, en el mismo momento en el que descubrí que era única.

Tanto me inspiró la ciudad, que llegó un momento en el que no supe si era yo, o era ella la que más me conocía. Llegué a creer, en mi locura, que había resultado nacida de un parto prematuro, inesperado, contra todo pronóstico y lejos de mi hogar. Como diría el cómico, llegué a pensar que el día que yo nací, mi madre no estaba en casa, y comprendí que en la comedia se guisan platos finos de filosofía.

Me perdí, primero por despiste, y después por diversión. Me perdí porque sabía que, cuanto más perdida me sintiera, más fácil sería después encontrarme. Y me perdí porque no quería tener razón ninguna que conservar, porque en la mal llamada locura he descubierto las más excelsas respuestas que habitan en el hombre.

En Madrid te pierdes y encuentras tesoros. Así me sucedió con el Templo de Debod, regalo del gobierno egipcio a España por acudir al llamamiento que la Unesco hizo, en los años sesenta, para salvar los monumentos que se habían puesto en peligro por la construcción de la presa de Asuán. Todo un ejemplo de colaboración y agradecimiento, erigido piedra a piedra, tal y como se encontraba en su lugar original, que expresa ese alma que tiene esta ciudad solidaria y cosmopolita.

Y es tan amplio el lenguaje que se respira en Madrid que, a pesar de que la intuición te nazca allí, o que la ciudad te haga creer que conoce tus secretos, su poderoso brazo protector es al tiempo libre, porque ante todo, es esa madre comprensiva que deja que sus hijos vuelen, porque sabe que en sus alas se encuentra toda la magia de la felicidad. Madrid te nutre, te ofrece su pecho de nodriza, firme y fértil, sin pedirte nada a cambio.

Madrid es algo más que un sentimiento, más que un descubrimiento, es más que las palabras que divagan descriptivamente en una guía de viaje. Podría hablar de mi, hablando de ti, pero no lo hago, porque no me distingo: se disuelve la emoción entre las sombras.

Pongamos que hablo de comunicación, de poesía, de calles, de gentes… de vida revuelta al aire libre, de días que no tienen semanas y semanas que se hacen eternas al contacto humano y caliente de los hombres… pongamos que hablo de brisas, de fríos que se hacen fuegos y de vientos que dirigen navíos de risas… pongamos, como diría el cantante, que hablo de Madrid.

Laura Fernández Campillo. Ávila, España, 07/10/1976. Licenciada en Economía por la Universidad de Salamanca. Combina su búsqueda literaria con el trabajo en la empresa privada y la participación en Asociaciones no lucrativas. Sus primeros poemas se publicaron en el Centro de Estudios Poéticos de Madrid en 1999. En Las Palabras Indígenas del Tao (2008) recopila su poesía más destacada, trabajo este que es continuación de Cambalache, en el que también se exponen algunos de sus relatos cortos. Su relación con la novela se inicia con Mateo, dulce compañía (2008), y más tarde en Eludimus (2009), un ensayo novelado acerca del comportamiento humano.

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