El español, si come, piensa mejor, se divierte más, se ríe con ganas, disfruta de la vida

¿Alguno de ustedes sabe lo que significa rechazarle una comida a un español?

Es curioso cómo la idiosincrasia patriótica se mezcla entre las personas, incrustándose, quizás, en su ADN, divirtiéndose con la dominación de las opiniones para convertirlas en el exquisito placer de sentirse único, diferente al resto del mundo.

Y es en este ámbito culinario en el que el español se maneja en su elemento, seguro, firme, convencido de ofrecer el más excelso de los manjares alimenticios.

El español sabe que nunca será alemán en las cuestiones del trabajo, que no será británico en su puntualidad, que no será estadounidense en la iniciativa empresarial… pero también “sabe”, está totalmente convencido, de que la dieta mediterránea es la curación de todas las enfermedades, la quintaesencia secreta, el Santo Grial... que no existe un individuo en toda la tierra capaz de rechazar un plato de jamón ibérico, un queso manchego, una morcilla de Burgos, una paella valenciana o un chuletón de Ávila.

Cuando uno entra en una casa española, lo primero, después de los saludos de rigor -como sucede en Argentina con el mate- es el ofrecimiento de comida.

Es más, no hay tertulia sin comida, no hay cerveza sin “tapa”, no hay vino sin aperitivo. El español, si come, piensa mejor, se divierte más, se ríe con ganas, disfruta de la vida en toda su expresión, se comunica con más tino; en resumen, diríamos cartesianamente: “come, luego existe.”

Como vemos, el español lleva la comida en la sangre, tanto así, que más que un grupo sanguíneo tiene “grados”, como el aceite de oliva; ese estandarte contundente y multifacético que lo mismo te sirve de mascarilla cutánea, que de aliño para la ensalada.

De este modo tan sencillo y férreo es que el español ha convertido su cultura culinaria en un arraigo propio, y es así que, cuando alguien sugiere, débilmente tal vez, con timidez, que no le gusta el jamón ibérico, se revuelven sus instintos más primarios, se transforma en un Mister Hyde arrugado, iracundo, arrastrado por la incomprensión que le produce la expresión sincera de un foráneo que no comprende la imposición gastronómica a la que debe ser sometido desde el momento en el que cruza la caseta de policía del aeropuerto.

Queridos amigos, les hago este aviso para navegantes, para que no se sientan compungidos si el jamón serrano les disgusta cuando vengan a visitarnos; o si la fabada asturiana les resulta demasiado “fuerte” para sus estómagos, y ante su rechazo se encuentren con la tradicional respuesta española:

“Es imposible que no te guste, hombre! tómate un vinito de Rioja, y ya verás cómo cambias de opinión”.

Es posible, y digo sólo posible, que si no se abruman con la insistencia, casi persistencia, de su anfitrión, terminen por verse convencidos de la necesidad de llenar sus tripas, para convertir las tristezas en alegrías surgidas de una feliz alimentación.

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Laura Fernández Campillo. Ávila, España, 07/10/1976. Licenciada en Economía por la Universidad de Salamanca. Combina su búsqueda literaria con el trabajo en la empresa privada y la participación en Asociaciones no lucrativas. Sus primeros poemas se publicaron en el Centro de Estudios Poéticos de Madrid en 1999. En Las Palabras Indígenas del Tao (2008) recopila su poesía más destacada, trabajo este que es continuación de Cambalache, en el que también se exponen algunos de sus relatos cortos. Su relación con la novela se inicia con Mateo, dulce compañía (2008), y más tarde en Eludimus (2009), un ensayo novelado acerca del comportamiento humano.

3 comentarios

  1. Espero y te auguro que serás bien tratado por aquí Jorge, y si te gusta el jamón, te vas a sentir como en casa…. Cualquier cosa que necesites, aquí te ofrecemos consejo y hospitalidad con todo gusto.
    Un abrazo

  2. Efectivamente, es imposible que un humano con sus sentidos bien puestos no aprecie una buena lonja de jamón serrano. Y si es vegetariano, pues se lo pierde, que toda convicción tiene sus costos. Espero tener pronto el honor de disfrutar de la hospitalidad española, tal como los españoles que llegan hasta estos confines disfrutan de la hospitalidad austral.
    Buen artículo. Saludos desde Chile.

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