España después del orgasmo, por Laura Fernández Campillo

Se acabó. Hace días que no se escuchan las vuvuzelas en la pantalla del televisor; los detractores del fútbol lo celebran; los aficionados se lamentan y esperan una nueva oportunidad en Brasil. Pero, ¿qué queda después del Mundial? (Tinta Roja: En esta columna se abre una escotilla para ojear el mundo desde un pequeño trozo de tierra llamada España. La actualidad y la historia, aderezadas con la esencia humana, conforman el guiso que convierte a los pueblos en sociedades; y a través de la excusa de este pueblo español contemplamos, con Tinta Roja, aquello que nos sucede, siempre con el impulso de encontrar el punto de equilibrio entre las diferentes opiniones que, como la diversidad de los pueblos, a través del diálogo, son capaces de encontrar más confluencias que distancias)

Se acabó. Hace días que no se escuchan las vuvuzelas en la pantalla del televisor; los detractores del fútbol lo celebran; los aficionados se lamentan y esperan una nueva oportunidad en Brasil. Pero, ¿qué queda después del Mundial? Las cosas suceden, pero no suceden simplemente, suceden con motivos y con consecuencias, y la responsabilidad de detenernos a observar unas y otras nos pertenece.

Algo ha sucedido en España. Se ha venido gestando dos años atrás en la Eurocopa. El sonido de un “Podemos” contundente y preciso, invadió el estado de ánimo de los españoles, que se convenció de lo propio: “Podemos”. Dicen que cada país juega al fútbol según su idiosincrasia nacional; y así me detengo a ver en este caso una mezcla de actitudes conocidas, que se han venido reflejando y evolucionando con el elemento del fútbol. Adolecíamos de inseguridad y convencimiento de derrota: “Jugamos como nunca, perdimos como siempre”, era la frase más escuchada, tras cada convocatoria.

Sin embargo, con este nuevo equipo de jóvenes que conforman nuestra selección, surgió un jugador adicional, que fue la euforia del pueblo, y sobre todo, una nueva seguridad, un espíritu que refuerza el buen juego del equipo.

Pero, ¿qué nos aporta como sociedad este cambio de mentalidad? Por un lado, hace años que España no vestía sus calles con el color de su bandera; las razones, empañadas de prejuicios, se paseaban por la adjudicación del rojigualda a la visión de un país dividido en dos ideologías, dejando el orgullo de los colores al bando de la derecha. Recuerdo, cuando era niña, que llevar una banderita española en un polo de Lacoste, era el mejor símbolo para mostrarle al mundo que eras votante de Alianza Popular. Y ha tenido que llegar un deporte de masas, le pese a quien le pese, para acabar con tan delimitada etiqueta. La Eurocopa nació para nosotros con el grito de un “Yes, we can” aquijotado, enfervorecido por la sola posibilidad de que llegara la oportunidad de pasar de cuartos de final; y esa sola posibilidad transformó el espíritu pesimista que acarreábamos históricamente, en algo más potente, más sólido, más consistente. “Somos capaces”, nos dijimos, que no es poco para el español, autoconvencido de llevar con gracia la fiesta, pero pesimista en la consecución de objetivos.

La multiculturalidad de este país, los deseos de escisión de diferentes regiones, esta especie de estado federal que se compone de una diversidad vibrante y visceral, se ha habituado a caminar en lo “políticamente correcto”, para algunos, olvidando que el amor por el país de uno, no tiene nada que ver con la intolerancia o con la falta de respeto por los demás. El sentimiento humano acarrea en sus entrañas el gusto por lo patriótico, y en nuestras manos está elegir fanatizarlo, o disfrutar de ello simple y llanamente, con total libertad. Y así hemos comenzado a escuchar un nuevo grito desconocido en las calles de este país: “Yo soy español”, cantado con alegría y sin imperialismos u orgullos acérrimos. Porque ser de un país, más que un orgullo, es una realidad, y habrá momentos en que, mirando a nuestros representantes, sintamos vergüenza; y ésta se debatirá con el orgullo en según qué situación. Y como los sentimientos se balancean constantemente, lo único que nos queda tras la euforia, o tras la derrota, es la realidad de aquello que somos; ni más, ni menos que otros.

Y ahora, tras abandonar esta sensación de orgasmo social a la que nos ha llevado el fútbol, me pregunto qué podemos hacer con esta nueva mentalidad; porque la desidia podría llevarnos a abandonarla, o a utilizarla solamente para las ocasiones futbolísticas; pero en nuestra mano está elaborarla, cada uno: esa seguridad, ese convencimiento de que somos capaces de hacer y transformar. Tenemos un país en una profunda y seria crisis económica precedida de múltiples causas y centralizada en un sector al que, en su día, consideramos la panacea de nuestros problemas. Ahora, en España, es tiempo de imaginar, de inventar, de crear alternativas, de no cedernos a la desidia del “¿qué puedo hacer?”, sino de aprovechar este aire y este impulso social nuevo que nos dice que efectivamente podemos.

Hace tiempo escuché una frase de J.F. Kennedy que, no solamente comparto, sino que me parece fundamental en la actualidad, allá donde se escuche, porque no tiene fronteras: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”. Ese puede ser un nuevo salto cuántico en nuestras mentalidades, porque los países los formamos las personas, los ciudadanos, y no podemos quedarnos sentados esperando una solución mágica de manos del “Obama” de turno que con sus discursos nos haga creer que el mundo va a cambiar. El mundo cambiará cuando lo hagamos todos, cuando miremos con ojos nuevos aquello que nos rodea, cuando en lugar de criticar tanto que nuestro país se ha vuelto loco por el fútbol, aprovechemos la circunstancia positiva de la consecuencia generada con ello.

Aquí, allá y más allá, se pueden cambiar las cosas. Quizás, deteniéndonos a observar unos segundos de ese tiempo al que tantas veces ponemos como excusa de no pensar, encontremos en nuestra divagación personal, que el espíritu de cambio de los países procede del espíritu de cambio de cada uno de nosotros; y que cualquier ocasión, sea del ámbito que sea, es una excelente oportunidad para aprovechar tanto de forma social, como individual.

Laura Fernández Campillo. Ávila, España, 07/10/1976. Licenciada en Economía por la Universidad de Salamanca. Combina su búsqueda literaria con el trabajo en la empresa privada y la participación en Asociaciones no lucrativas. Sus primeros poemas se publicaron en el Centro de Estudios Poéticos de Madrid en 1999. En Las Palabras Indígenas del Tao (2008) recopila su poesía más destacada, trabajo este que es continuación de Cambalache, en el que también se exponen algunos de sus relatos cortos. Su relación con la novela se inicia con Mateo, dulce compañía (2008), y más tarde en Eludimus (2009), un ensayo novelado acerca del comportamiento humano.

3 comentarios

  1. Gracias a tí por leer y aportar tu opinión; esa es la intención, aprovechar lo bueno que nos traen las cosas, venga la fuente de donde venga; si trae agua, y es potable, bebamos!
    Muchos besos Belén

  2. Siempre he admirado el inmenso país de Estados Unidos, y la frase de JFK es una prueba de que allí piensan desde hace tiempo como nosotros empezamos a pensar ahora. Porque creo que es ahora cuando nos hemos dado cuenta de que con esfuerzo, con ánimo y con ganas se puede conseguir lo que nos propongamos. Y es el futbol, si, el deporte nacional, el que nos ha animado a ello. Y qué? Siempre que cambie algo a mejor, bienvenida sea la fuente.
    Gracias Laura por contarnos tan magistralmente lo que guardas en tu cabecita.
    Un beso.

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