Los alemanes en la Casa de los Pobres de Tijuana, por Marga Britto

Muchas veces me he preguntado si habría sido una persona totalmente diferente a quien soy ahora, de no haberme encontrado con “los alemanes”.

Me quedaban solo seis meses, nueve materias y seiscientas horas de servicio social para graduarme en el verano del 95. Me urgía empezar lo que en mi mente de veinteañera se avizoraba como una fabulosa vida laboral, por lo que no era opción pasar un semestre más en la Ibero.

Las nueve materias no eran problema, llevaría las seis más difíciles durante el semestre de primavera y las tres restantes las pasaría sin ningún problema durante el semestre de verano, que más que un semestre se trataba de cursos intensivos de ocho semanas con vista al mar. Ah, los privilegios de ser alumno de la Ibero.

Todo estaba fríamente calculado, excepto que el primer día de clases después de las vacaciones navideñas me encontré con la noticia de que mi proyecto de servicio social había sido rechazado. Aquello no estaba en mis planes.

La noticia me cayó como un balde de agua fría desde la azotea de un barrio a oscuras. No entendía el criterio que había aplicado la H. Universidad para determinar que mi proyecto “carecía de sentido comunitario”, si se trataba de apoyar en la organización de fiestas financiadas por ricos para entretener a los pobres.

¿Qué no era el punto del Servicio Social hacer “algo” que tuviera que ver con los pobres?

Mi vanidad y la banalidad de mis “cuestionamientos” tenían que dar lugar y pronto, al sentido común. Si no buscaba ayuda, me quedaría todo el año viendo al  mar, y sin título.
Humberto Barquera era el hombre indicado.

Desde que me vio en la recepción de su oficina, adivinó cual era mi problema y no por casualidad, sino porque ese día otros despistados habían desfilado por su oficina, tratando de defender su proyecto rechazado, los más tercos, o de pedir ayuda, los más desesperados como yo.

El sacerdote jesuita era uno de esos hombres de pocas palabras que inspiran respeto con su sola presencia. Un curioso híbrido entre Hugo Stiglitz (el actor), Fidel Castro y el hombre ese que aparece en la publicidad de la famosa cerveza mexicana y que se ha hecho llamar: “the most interesting man in the world”. No sé si el Padre Barquera era el hombre más interesante del mundo, pero en ese momento sí era el más importante para mí y para mi futuro.

Barquera me invitó a pasar a su oficina y tras mirarme por encima de sus gruesos anteojos un par de segundos, me preguntó: ¿Hablas inglés?

– Prácticamente desde que nací —dije, para después sentirme como un vil monumento a la estupidez.

– ¿Crees que podrías darles clases de español a unos alemanes?

–Unos alemanes que hablan inglés me supongo –respondí como cualquiera que no sabe que en un país como Alemania, es un hecho que cualquier estudiante universitario hable más de dos idiomas.

–Son ocho y no todos hablan inglés, algunos hablan francés e italiano, pero estoy seguro que no tendrás problemas – dijo con la confianza que solo puede tener una persona que sabe cómo funciona eso del destino.

Emmanuel y Sven ya estaban ahí cuando entré corriendo a la oficina de Barquera. El primero se escondía involuntariamente tras el hombro de Sven quien se distinguía en el par por su enorme sonrisa y unos brillantes ojos azules.

Desde esa mañana los dos desconocidos se convirtieron en mi servicio social tres tardes a la semana, y al poco tiempo ya formaban parte de mis planes de fin de semana, pues nos volvimos inseparables.

Emmanuel y Sven estaban asignados a la Casa de los Pobres, en la Colonia Altamira, pero tal cual me lo había advertido el padre Barquera, había más alemanes residiendo en Tijuana, y poco a poco fui conociendo a los demás y los proyectos a los que pertenecían.

Gregor, Florián y Christian trabajaban en la Casa del Migrante del “Centro Scalabrini” en la Colonia Postal.

Otros más estaría asignados en un área un poco más remota, conocida como El Tecolote (una zona de Tijuana, que en mis veinte años de vida jamás habría escuchado siquiera nombrar, mucho menos identificarla como una parte de mi ciudad).

Los alemanes me abrieron los ojos ante un nuevo mundo donde decenas de voluntarios extranjeros y locales convivían a diario con la gente más necesitada, los más pobres, o los recién llegados o recién deportados, sin quinto en la bolsa, sin comer, y demasiado lejos de su pueblo como para poder volver inmediatamente, en la precaria situación en la que se encontraban.

En la Casa de los Pobres alimentan a la gente y muchas veces, cuando hay suficientes donaciones, reparten ropa. No es un hospicio propiamente dicho, sino más bien un lugar en donde se puede recurrir en busca de alimentos, ropa o atención médica, pues también tienen una clínica.

La Casa del Migrante por su parte es una organización cuya misión consiste en dar ropa, comida y techo a los migrantes que no tienen a donde ir,  y se les permite permanecer mientras consiguen los medios para volver a su pueblo, por  lo que todas las mañanas muy temprano, se puede ver a decenas de migrantes salir del Centro Scalabrini a buscar “chambitas”, para volver por la tarde a su refugio temporal.

Muchas veces pregunté a los alemanes ¿Porqué estaban aquí?, ¿Por qué levantarse antes de que saliera el sol, para vivir en un lugar rodeados de la pobreza y de historias tristes de otra gente, con la que apenas podían comunicarse, pues ni el idioma tenían en común?

La respuesta inmediata fue que preferían el servicio social al servicio militar: en Alemania el servicio militar (que es obligatorio para hombres) se puede sustituir por un programa de Servicio Social, en su propio país o en el extranjero.

Otra respuesta tenía que ver con la experiencia de estar en un país tan distinto a Alemania en todos sentidos, con grandes contrastes. Y otra tenía que ver con sus valores religiosos, que lejos de manifestarse como una devoción irracional y ciega, formaba parte importante de su desarrollo humano, e implicaba como condición natural precisamente el servicio a los demás.

Atraídas por el encanto del carnaval de testosterona con el que pronto me empezaron a identificar, vinieron las “nuevas” amigas, así que el grupo empezó a florecer y a crecer. De tres permutamos a doce y eventualmente, entre locales y extranjeros, fuimos más de veinte personas “amigadas” directa o indirectamente a través de “las clases de español para alemanes”, ideadas por el Padre Barquera.

Gabriela se enamoró de Emmanuel, Adela de Sven y Sven de Adela, Gregor se enamoró de todas, y Christian todo el tiempo estuvo enamorado de si mismo, aunque creo que secretamente siempre lo estuvo de Gabriela.

Ni yo ni Florián nos enamoramos, pero de cualquier forma tuvimos una relación, y aunque nunca lo acepté del todo, creo que en algún momento también me enamoré de Sven, al que siempre traté y sigo tratando después de casi dos décadas, como mi mejor amigo.

Unos la pasaban más campechanamente que otros. Por ejemplo, Christian adoptó todas las idiosincrasias de cualquiera que se jacte de ser un buen norteño, de palabra, obra y omisión, y en poco tiempo se le conocía en todos las bares de moda de la ciudad.

Siempre había fiestas, lugares a dónde ir, cosas que hacer, pero al final del día lo más notable de los alemanes, es que unieron mundos  y vidas, que en circunstancias normales (sin ellos), jamás se habrían unido.

También creo, por lo menos en mi caso, que  volvieron importantes un universo de valores, que si bien no eran del todo invisibles, hasta entonces no habían tenido peso ni prioridad en mi diario vivir.

Un día todos despertamos con la noticia de que Florián había repartido todo el dinero que había traído con él desde Alemania, entre los migrantes de la Casa Scalabrini. Y aunque no entendíamos qué lo había motivado a hacer algo así, fue tan grande su acto de bondad y desapego, que nos quitó de golpe cualquier afán por cuestionarlo.

En otra ocasión, nos enteramos de que Gregor tenía novia. Ella era dentista, y viajó desde Londres, cargada de cepillos de dientes, que repartió entre los migrantes durante los diez días que estuvo en la Casa dando consultas dentales gratuitas. La pobre enclenque dentista estuvo enferma el resto de las vacaciones, cumpliéndose así el molesto cliché de la venganza de Moctezuma, para deleite del publico extranjero.

Una noche tuvimos que correr todos al hospital: dos sujetos habían asaltado en la calle a Florián y al darse cuenta que su botín consistía tan solo de 50 pesos (cinco dólares), le enterraron una navaja en un costado, colapsándole uno de sus pulmones.

Estuvo varias semanas en el hospital, siempre acompañado por alguno de nosotros  y varias personas de la casa del Migrante, incluyendo los propios migrantes.

Estaba segura que después de eso Florián saldría corriendo hacia su tierra. Pero no solo no se fue, sino que al terminar su servicio quiso quedarse un par de semanas más, entre “los migrantes”.

Sven regresó un par de  veces a visitarnos, y siempre se quedó en la Casa de los Pobres, con “las madres”, como llamaba cariñosamente a las religiosas por quienes sentía un profundo aprecio.

Durante el tiempo que los alemanes estuvieron en Tijuana, no sé a cuantas personas ayudaron, alegraron, les mejoraron su vida en alguna forma. Me aventuro a decir que fueron muchas.

Lo que si puedo asegurarles es que mi vida fue otra desde aquella mañana en la que el Padre Barquera decidió cambiar mi destino, mostrándome a través del servicio social, la Tijuana que hasta entonces había ignorado.

Gracias Humberto Barquera, gracias alemanes y gracias migrantes.

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Aprendiz de Madre, Malabarista del tiempo, Exiliada por Opcion, Cuestionadora de todo, Objetora de muy Poco, Activista de Closet, Escritora sin oficio.
Marga nació y creció en la ciudad de Tijuana, México. Actualmente radica en la ciudad de Pasadena, CA. junto a su esposo e hija de 18 meses. Es Licenciada en Comunicación egresada de la Universidad Iberoamericana, y comparte su tiempo entre vivir su maternidad a tope y escribir una columna semanal en su blog www.madresinsumisas.com.

7 comentarios

  1. Gracias Marga por compartir esta historia inspiradora, fascinante, de gente extranjera que viene a dar algo a un país no a quitar, que viene a enseñar y compartir y no a burlarse y a sentirse superior y «más listo». Por eso son inmigración buscada en casi todos los países del mundo los alemanes. Porque se integran, si no racialmente (los menonitas) sí en otros sentidos favorables a esa sociedad, con su trabajo y su idealismo.

    Me gustaría compartir contigo un enlace sobre Tijuana. Me lo dio la Dra. Gerda Govine, afroamericana que está casada con un pintor de TJ, Luis Ituarte, y tienen casa allá. Es un documental realizado por una estadounidense. Habla de los 40 mil gringos que viven en Tijuana y entrevista a ocho que están encantados de vivir allí

    Yo se lo muestro a mis estudiantes y no pierdo la esperanza de volver a México, si Dios quiere como profesora por el tiempo que me acepten.
    Un abrazo sororal

    María Eugenia

  2. Mi adorada Marga…
    Ya te extrañaba, que gran experiencia viviste, creo que a todos en un punto de nuestra vida nos queda justo este dicho, «si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes»… Por algo tenemos que pasar por ciertas situaciones en nuestras vidas, porque tenemos que aprender algo, de cada quien es la responsabilidad de asimilarlo o ignorarlo, pero tarde que temprano nos llegará de nuevo la experiencia dulce o amarga para finalmente entenderla.
    Como siempre un placer leerte!!
    Un abrazo enorme!!

  3. Magnífico relato de vida, lleno de buenos momentos de escritura y de reflexión. Un buen motivo para valorar y comprender mejor la vida, amiga mía. Bello documento sobre tu ser quien eres, un alma noble. Felicitaciones. Gracias por el blues.

  4. Mi querida Marga,

    como siempre lo he dicho, tus lineas me invitan siempre imaginar entornos, situaciones…
    y muy particularmente este texto me trajo muchos recuerdos, hace varios años atras…

    y algo muy cierto, es que cuando te encuentras inmersa dentro de tantas ideas, costumbres, cultura e interacción con personas de otros paises es otro mundo, es una retroalimentación para los sentidos y esa experiencia como lo mencionas cambia la vida, al final algo que entendí en ese tiempo, las ideas y valores que sabemos que estan ahi, pero aveces parecen tan invisibles, y es que esencialmente somos humanos todos, y no importa el color de piel, el idioma o la lengua, la religión, las costumbres, la forma de vestir, bueno por lo menos a mi no me es trascendente, y los lazos fraternales son increíblemente fuertes, la unión de las ideas, las expresiones y los recuerdos se encuentran impregnados en la mente.

    y al final cuando paso el tiempo, me di cuenta de que en ese momento yo contribuí de manera diminuta tal vez, a que individuos hombres y mujeres de distintas razas supieran que aquí en méxico y por lo menos a ese equipo de trabajo, nos importaba difundir que los Inmigrantes, los refugiados eran tan humanos y con derechos como nosotros en nuestro pais, y ahora después que ha pasado el tiempo, no olvido las expresiones, los aromas y los sabores de aquellos dias.

    1. Si, esas experiencias son muy bonitas, porque nos da la oportunidad de sacar lo mejor de nosotros y compartirlo independientente de Colores e Idiologías.
      Gracias por leer y por dejar tu comentario por aquí.

      Un Abrazo

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