¿Que ese vino sabe a qué? (Parte I)

Al principio a mí también me daba risa cuando veía una película donde alguien decía: este vino tiene aroma de jazmines con manzanas y un leve regusto a pepino, aderezado con un toque de acidez y un balance excepcional. Etc etc.

Cómo diablos va a saber un vino a todo eso, pensaba yo. A mí los vinos me gustaban mucho pero a mí únicamente me sabían a….¡vino! A uva señores, a uva, dejen la bobería.

Pero resulta que si uno pone atención y deja de reirse, y comienza a catar vinos como se debe y a compararlos, a ver las similitudes entre los tipos de uva y a notar que tienen diferente olor y sabor depende de donde crecen y sobre todo, de qué variedad de uva se trata, uno llega a la conclusión de que sí, el vino puede saber a muchas cosas que uno ni siquiera imaginaba.

Y en realidad no es tan complicado. Hay gente muy pretenciosa que dice cosas como la que hace poco le escuché a un profesor invitado a mi clase de enología sobre un vino tinto que probamos, no me acuerdo cual, que según él tenía un recuerdo a “sangre tibia”. Yo miré a mis vecinos de pupitre y ambos echamos los ojos al cielo pensando : qué idiota este tipo.

Pero él es un famoso enólogo y yo una estudiante. Sigo pensando que quizá el hombre tenga un problema de tipo trauma católico por aquello de que el vino es la sangre de Cristo, etc.

No hay que hablar mal de los sacerdotes, sin embargo, porque en realidad les debemos mucho. Bueno, algunas cosas.

Por ejemplo, yo no sabía, y no sé si usted sabe que aparte de fastidiar a los pueblos indígenas con la cristianización y otras cosas peores, los misioneros españoles, en particular el fraile Junípero Serra, que estableció las famosas misiones en California, es el responsable primero de la gran industria vinícola de este estado.

Sí señor. En el fabuloso y altamente recomendable libro Windows of the World, Complete Wine course de Kevin Zraly –cuya edición de 2008 encontré como por 5 dólares en Borders- encontramos un entretenido relato sobre la historia del vino en Estados Unidos. Allí nos enteramos que fue Serra el que trajo vitis vinifera, la planta de la vid originaria de Europa, que sus coleguitas españoles habían llevado a México. El la trajo a California de México y aquí se dio de lo más bien debido al clima. El resto es historia.

En fin, volviendo a los sabores –y olores- del vino, sé que muchos de los que leen columnas como ésta buscan recomendaciones específicas. “Sugiere una marca por favor”, me dijo el otro día una amiga.

La marca, en realidad, nos dice menos sobre el posible sabor del vino que una cosa muy importante: el tipo de uva.

El tipo de uva es la característica más esencial de un vino y hay variedades de la fruta, las llamadas variedades internacionales, que cosechadas en cualquier parte del mundo mantienen características esenciales.

No es chino. ¿Me explico?

Con más o menos aprendernos a qué saben las ocho variedades principales de uva, cuatro blancas y cuatro rojas –o negras, como las llaman en la Cataluña de mi madre- ¡ya la hicimos!

Más adelante nos pegaremos un tiro o nos deleitaremos, depende, cuando sepamos que hay cientos, miles de variedades de uva. Pero eso lo dejamos para otro día porque ni siquiera interesa mucho a la hora de escoger un vino. Después de todo, nuestra bodega o supermercado local, Trader José o Whole Paycheck (Foods) sólo tienen vinos de unas cuantas y conocidas uvas.

Las llamadas variedades internacionales son las siguientes.

Blanca: Pinot Gris o Grigio; Sauvignon Blanc; Chardonnay y Riesling.

Roja, negra: Cabernet Sauvignon; Merlot; Pinot Noir y Syrah –o según los australianos, Shiraz.

Cultivadas en cualquier parte del mundo y hechas vino, estas uvas impartirán a la bebida su esencia particular. Claro que hay diferencias por la zona y la forma en que son cosechadas, pero las similitudes permanecen.

Ya entraremos en más detalle sobre cada variedad. Y las otras, las regionales, qué sólo se cultivan bien en ciertas partes del mundo, son clase aparte y hablaremos de ellas en otra columna, la semana que viene.

El vino de la semana

Esta semana comienzo con un aparte especial de mi columna, el “Vino de la semana”. Cada semana escribiré sobre un vino que he probado y que me gustó y les contaré por qué, donde, cómo y cuando:

Chateau St. Michelle

Riesling, Columbia Valley, Washington

Cosecha 2009.

Se consigue en Whole Foods, Trader Joe´s y en supermercados.

Este Riesling del estado de Washington (Pacific Northwest) es un vino aromático –que salta de la copa al oler- con aromas de lima, nectarina y melocotón. No es seco ni dulce, sino lo que se llama “off dry” que es como un término medio agradable. Es altamente frutoso.

Comida: los Riesling en general complementan perfectamente a ciertos quesos de sabor fuerte o picante, a los pescados de sabor fuerte como el salmón y a la comida “spicy” en general, porque ofrecen balance y calman lo chiloso, a la vez de refrescar la boca. Por supuesto, se toman bien fríos.

 

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¿Que ese vino sabe a qué? (con lista de variedades)

L.A. GOURMET Las cosquillitas del vino

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Pilar Marrero es periodista, y ha trabajado principalmente en temas de política e inmigración, pero su verdadera pasión es viajar, beber y comer.

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