Espiral al infierno, un cuento de José Manuel Rodríguez

Se llamaba Ferny, nació en el DF hace 25 años y jugaba a vivir como mandan los sagrados cánones hasta que cayó en manos, otros dirán garras, de la migra.  Huelga decir consumía, sus cabellos largos lo hacían un Marley del ghetto, y con sus zapatos de marca y sus camisetas revolucionarios era un muchacho de lo más normal.  Be moles unos cuantos.

No era Bob Marley, apenas rasgaba la guitarra, y las frases sentidas de las camisetas a fuerza de verlas repetidas cada dos por tres perdieron su fibra convirtiéndose en clises apantalladores.

Tus ojos son ventanas, gracias por existir, y demás cumbres de la erótica cybernáutica actual, quedaron a la par de la paz somos todos, el pueblo unido, y la siempre guerrera asunción de clase que significa portar un ser naco es chido.

No tener documentos se asume como respirar el veneno.  Adaptarse al camión, a evadir los retenes, al trabajo equis en el lugar equis entre gente equis, siempre, aunque no se confiese, a la espera de una reforma prometida que sí y prometida que primero muertos que no o a la caída del cielo de una pareja que a la par de los retozos traiga la tarjeta verde consigo.

Detalles más detalles menos el que se llamaba Ferny fue atrapado pasando 15 millas adentro San Diego en una báscula para camiones.  Su trabajo en mudanzas, su inglés fluído y el entronque en su piel de haber estado aquí desde los 4 años le bajaron la guardia.

Un tímido american citizen con el consiguiente castañetear del miedo dieron de frente contra los afilados colmillos del migra que minutos después, para qué hablar del interrogatorio, de la licencia vencida, terminó esposándolo y metiéndolo con otros cuantos en una lata de sardinas con dirección la noche.

La tabla de salvación de un celular no requisado lo ubicó en el mapa.  Estoy en tal parte y me llevan no sé a dónde, sólo sé que es la migra, fueron las palabras que le dijo a su madre.

Hasta allí nada anormal, historias sin fin de detenidos por la migra sobran.

Después de eso vino el laberíntico encontrarlo en alguna de las muchas prisiones, centros de detención les llaman, que empresas privadas manejan a nombre del gobierno.

Ni abogados, ni novia, hermanos, amigos importunos conseguían ubicarlo hasta que pasados varios días, se dice que gracias al revuelo armado, apareció en algún sitio que él no podía ubicar.  Número de serie, chapa en la muñeca, sus datos trasmutaron en cifras que no explicaban nada.

Para resumir después vino el juicio, con abogado a bordo ya que muchos ni a eso llegan, la fianza y la cita para marzo del 2009 con todo o arreglado o en vías de arreglarse.

Esa es otra sopa ya que conocedores de nuestra fatalista fe de dejarlo todo en las manos venturosas y aciagas del destino mi querido Ferny sin duda va a pellizcarse y a mediados de febrero manos a la obra se dedicara casi en cuerpo y casi en alma a arreglar los papeles con el subsecuente descalabro ante la ley.

Allí terminaría la crónica banal y repetida del antes llamado Ferny, ahora Fernando, si no fuera por lo que no se dice.  Luego de la detención fue transportado a un centro no enlistado, un agujero negro pues, donde permaneció varios días con la misma ropa, otros ya llevan meses, en calidad de nada.  Incomunicado y bajo un agrio régimen de silencio en pocos días bajo la panza que afuera casi enriqueció a Ballys.

De todos los momentos y rostros que vivió rescataré a dos del olvido.  Uno, maldita sea la memoria y el miedo que no nos deja ser hermanos, el de un muchacho sin nombre que había nacido en California norte, allí donde se pizca y se traga frío y sol, que por razones no aclaradas creció y se hizo hombre en suelo mexicano.

Este muchacho, sin inglés y sin la gracia de dar a conocer su paradero, a pesar de los ruegos y de las promesas de los que se llevaban a otras prisiones, tenía más de tres meses en ese limbo ya que sus papeles estaban siendo usados por otro.

El segundo caso el de un par de hermanos, a pesar de que los golpes y la rabia de los sordomudos guardias eran el pan de cada día, un día uno de ellos fue atacado por una jauría de vigilantes y el segundo, el hermano tranquilo, venciendo el miedo, o en muchos casos el odio, natural que inspiran siempre los uniformes pidió que pararan la golpiza siendo él también doblegado contra el suelo frío y desconocido de algún lugar en California o Arizona.

Los demás internos vieron que se los llevaban pasillo adentro sin regreso.  Como en los corridos mexicanos dicen las malas lenguas que esos dos hermanos junto con muchos otros aparecerán tirados en el desierto como NN.

Yo aquí me pongo a cantar lo que se dice en el llano

La mera historia de un gringo y también de dos hermanos

Que se los llevó la migra

Con cadenas en las manos

Nadie sabe dónde están a nadie importa su suerte

Palomita de ojos tristes no me nombres a la muerte

Para tormentos los míos

Y para espinas mi frente

Ay florcita de amapola

Ay tristeza del cautivo

El gringo sigue encerrado

Desconociendo el motivo

Ay serpiente del desierto

Ay pena del mexicano

Búscanos anda la tumba

Donde duermen los hermanos

José Manuel Rodríguez Walteros (Bogotá, Colombia) es un escritor que se radicó en California hace más de 20 años. Novela y cuento, a veces poesía, están en sus creaciones que han sido galardonadas aquí y allá. Premio Fernando de la Mora, en el Juan Rulfo, mención especial Casa de las Américas y Letras de Oro, entre otros, dan fe de su quehacer literario. Ha publicado Las Voces del Enigma, novela, No más canciones para los muchachos muertos, Los cantos de la noche son los cantos del East LA y Las historias del Descifrador, en cuento. Pertenece al grupo literario La Luciérnaga de Los Ángeles con el cual lleva añales luchando por darle un lugar de relevancia a la literatura en español hecha en Estados Unidos.

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