Dos latinos se sientan a platicar en un bar

Dos amigos se sientan a platicar en un bar. Uno se identifica más con lo mexicano-estadounidense mientras que al otro le late más lo mexicano-latinoamericano. Además de compartir historias de inmigración similares, son cuates porque se caen bien y poco les importa reiterar cómo brincaron el cerro para entrar a California o cómo lograron legalizar su residencia después. Ya se conocen y no les hace falta explicarse el pasado y mucho menos justificarlo. Mientras tanto, la noche sigue y del otro lado de la barra un tercer latino se pregunta:

¿De qué pueden hablar dos latinos en un bar?

A simple vista la respuesta es sencilla: los amigos pueden hablar de cualquier cosa, pueden hablar de la vida, lo bueno, lo malo, el amor, el desamor, el entorno, de todo. La amistad es una de las formas de la libertad. Pero al seguir la noche las conversaciones siempre oscurecen y lo que se preguntaba de manera afirmativa se torna en lo siguiente:

¿De qué no deben hablar dos latinos en un bar?; ¿qué cosas no se pueden decir delante de los demás? y ¿por qué no?; ¿será qué el que los escucha, sin decir nada, es el mismo que los calla?

Digamos que la conversación empieza de manera trivial y fluye de manera bilingüe sin interrupciones ni traductor, aunque en ocasiones alguno de los dos cambie repentinamente de idioma para ser mejor entendido por el otro. Después la plática escala y de golpe se lanzan a hablar sin pelos en la lengua sobre las relaciones laborales. Al final de cuentas, los bares existen para hablar mal del trabajo mientras se sostiene una cerveza en la mano.

Se podría asumir que a nadie en aquel bar le importa aquella conversación aunque más de alguno les mire con recelo al no entender lo dicho y sobre todo al pensar que se conspira y se habla en contra de los demás. Mientras tanto, desde una esquina y en silencio, el tercer latino los observa y ve para verse, para entender mejor el entorno, para situarse en un mundo que a veces parece no ser el suyo. Entiende en aquella conversación o en su monólogo interior que el inmigrante latino en los Estados Unidos es un ser desplazado por una maquinaria global y está condenado o absuelto a encontrar su lugar en este lado de la tierra.

Entiende que la amistad es un derecho irreverente a la expresión delineada por un respeto mutuo.

Entiende que se puede entender la vida entendiendo a los demás. Entiende porque escucha. Y sin embargo se queda sin escucharlo todo porque los interlocutores evitan, o ignoran, ciertos temas por temor.

Hablan del DREAM Act como lo que es: una gran oportunidad para el estudiante indocumentado; pero no abordan la discriminación sistemática que se vive en las casas latinas. Hablan de las encarnizadas elecciones en California, de los ataques personales entre los candidatos pero no de cómo ambos desfavorecen al latino.

Hablan de los avances democráticos de Obama, pero no de como éste ha tardado en cumplirle a la comunidad latina. Ni de las adversidades que el núcleo familiar le impone a la diversidad sexual. Hablan de Wikileaks, de los chismes y prejuicios diplomáticos pero no de las 109,032 muertes anunciadas en los cables de Irak, ni de como la política estadounidense y su ejercito es responsable directo e indirecto de esa tragedia. De Cuba y Puerto Rico, de Castro pero no del embargo. Hablan de la lucha contra el narcotráfico y la violencia en el Sur pero no del trafico de armas, ni de cómo Estados Unidos suministra armas al gobierno mexicano o colombiano y a los carteles para que se maten mutuamente. Hablan de todo menos de lo que podría comprometer o cuestionar la inclusión y la aceptación social. Hablan de todo buscando libertad pero al encontrarla en las palabras evitan poder decirla.

En estos días difíciles en que vivimos, los latinos (digo latino como si fuera una categoría cultural) en este lado de la frontera debemos entender que la libertad no es algo con lo que se tropieza en una conversación sino algo por lo que se puede y debe aventurar la vida. A su vez, y si queremos prevalecer como cultura en esta nueva década que se viene, debemos aprender a cultivar la libertad y la expresión. No seremos moneditas de oro pero seremos nosotros.

todaslasletras.org

Miguel Olmedo Valle (La Huerta, Jalisco; 1982) escritor nocturno mexicano. Trabaja de día, escribe de noche y los fines de semana se entretiene quemando sus propias palabras. Ha visto lo visible y ha soñado lo invisible. Y sin embargo, todavía cree en la verdad. Le molesta la condición humana y la inhumana. Ojalá que al empezar la noche se convierta en un buen fantasma.

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