Cuba, único país con dos dictadores

Con la relativa mejoría de la salud de Fidel Castro, que le permite publicar casi a diario sus reflexiones, Cuba se ha reafirmado como el único país en el mundo que tiene dos dictadores que gobiernan al mismo tiempo y que cumplen sus funciones al amparo de una Constitución.

No se registra nada igual en la historia moderna. Lo más parecido fue la tiranía compartida de los hermanos Somoza Debayle en Nicaragua durante 23 años, luego de la muerte de su padre en un atentado en 1956.

Y digo sólo parecido porque cuando Luis Somoza era jefe de Estado y su hermano Anastasio “Tachito” el jefe militar, la Constitución nicaraguense no consagraba al jefe de la Guardia Nacional como número uno de la nación, aunque de hecho lo era.

Ha habido dinastías de facto en las que el “hijo de papá” ha asumido el poder cuando el tirano ha muerto, pero nunca dos dictadores a la vez. En Corea del Norte, cuando murió en 1994 el dios terrenal Kim Il Sun, fue sustituido por su hijo Kim Jon Il, y en Siria el actual mandatario Bashar al-Assad asumió la jefatura del Estado cuando murió su padre, Hafez al-Assad, en 2000.

En Haití, al morir Francois Duvalier (“Papá Doc”) en 1971 dejó a su hijo Jean-Claude (“Baby Doc”) la batuta manchada con la sangre de 30,000 haitianos. En la República Democrática del Congo, cuando asesinaron al hombre fuerte Laurent-Desiré Kabila, en 2001, subió al poder su hijo Joseph Kabila.

El caso de Cuba es muy peculiar. La Carta Magna de 1976 declara que el presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros es el jefe de Estado y de gobierno, pero también establece que la máxima instancia de poder en la nación es el Partido Comunista de Cuba (PCC), que califica de “Rector de la sociedad”.

Aunque en la Unión Soviética y demás países comunistas el “numero uno” también era el secretario general del Partido, el presidente del gobierno no tenía poder alguno, excepto cuando la misma persona ostentaba ambos cargos a la vez (fue el caso de Mao Tse Tung, José Stalin, Nikita Kruschev, Kim Il Sun, Ho Chi Minh y otros líderes).

Hasta 1976 en Cuba hubo un presidente, Osvaldo Dorticós, que no decidía absolutamente nada. Pero Raúl sí tiene poder real y toma decisiones, aunque siempre con la aprobación de su hermano. Es por eso que hay una dualidad dictatorial.

La Constitución socialista cubana ignora olímpicamente la independencia de los poderes públicos postulada por el barón de Montesquieu hace 261 años y que constituye la espina dorsal de la democracia moderna

Nunca he comprendido cómo casi nadie se da cuenta –ni dentro ni fuera de Cuba– de una flagrante aberración institucional: la Constitución cubana declara que el partido está por encima del Estado, pero resulta que la dirigencia del PCC no es elegida en las urnas, ni siquiera en una farsa como la elección de los diputados (candidatos únicos por un único partido) que supuestamente eligen al Consejo de Estado (sus miembros son escogidos previamente por los Castro).

Esto significa que el máximo poder político en la isla –el Buró Político del Partido y su Primer Secretario–, es constitucional pero no emana de sufragio alguno, no brota de la voluntad del pueblo soberano de que hablaba Jean Jacques Rousseau, no es legítimo.

A ese tecnicismo constitucional se acogió el comandante cuando cedió el cargo de Presidente a su hermano Raúl, pues él seguiría siendo el “número uno”, por ser el jefe del partido.

Sin embargo, el mundo sí creyó que Raúl pasaba a ser el nuevo líder. Recuerdo, entre otros, el titular del diario hispano La Opinión, de Los Angeles: “Castro se hace a un lado”.

La secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, dijo hace poco que las opiniones de Fidel Castro sobre Obama y su hostilidad contra cualquier posible acercamiento de Washington a La Habana no cuentan, sino lo que diga y haga el gobierno de Raúl Castro. La señora Clinton se equivoca, lo que dice Castro I sí cuenta y tiene fuerza de ley.

Esta falsa percepción internacional de la realidad cubana se debe al desconocimiento de la Constitución vigente y a que los gobiernos tratan a Cuba con las normas y la lógica que rigen para una nación normal. Pero, sobre todo, porque los gobiernos populistas latinoamericanos y el canciller español, Miguel Moratinos, han cocinado la idea de que en la isla se ha iniciado una nueva era de cambios.

Monarquía cincuentenaria

La monarquía castrista fue proclamada hace más de medio siglo, el 13 de febrero de 1959, cuando Castro I nombró a Raúl jefe de la Comandancia General de las FAR (segundo jefe militar del país luego de Fidel), pasándole por encima al comandante Camilo Cienfuegos.

A Camilo le correspondía el cargo, no sólo porque como Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde era el militar de mayor rango luego de Fidel, sino sobre todo porque era el héroe más destacado en la guerra contra la tiranía batistiana. Y era sabido que Raúl no combatió y se dedicó a cobrar impuestos y organizar a los campesinos en la Sierra Cristal. Aquello fue la destitución de Cienfuegos –meses después “desapareció” misteriosamente-, disimulada para evitar la reacción que habría tenido en la población una destitución formal del legendario guerrillero, de quien Fidel no soportaba su arrolladora popularidad y carisma.

Posteriormente a quien le pasaron por encima fue al Che Guevara, pues al crearse las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) en 1962, luego reemplazado por el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURSC) en 1963, y al refundarse el Partido Comunista en 1965, Fidel impuso a Raúl como Segundo Secretario del partido, cuando era evidente que el cargo le correspondía al Che, mucho más capaz y preparado que Raúl.

Y al aprobarse la Constitución Castro inventó para su hermano el cargo de “Primer” Vicepresidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros. No había antecedente alguno ni en la Unión Soviética ni en ningún otro país comunista, ni siquiera en Corea del Norte, de la existencia de un “primer sustituto” constitucional.

En febrero de 2008 se aplicó el plan dinástico, y por eso hay ahora una dictadura a cuatro manos. Pese a que Fidel no tiene cargo estatal, todos en Cuba saben que sigue tomando las decisiones más importantes e impide que su hermano afloje la mano en lo económico para aliviar la crisis terminal del sistema comunista, que se ha agravado a niveles alarmantes.

Las funciones de Raúl, el eterno “perrito faldero” de Fidel desde que eran niños, son las de administrador, oficio que aprendió en la tienda-almacén de su padre, en Birán, tras ser expulsado del Colegio Belén por su ineptitud como estudiante.

Pero, no importa si principal uno y segundón el otro, la realidad es que Cuba, donde escasean desde los alimentos hasta el papel higiénico, se puede dar el lujo de regalar un tirano, y todavía le queda otro.

Roberto Alvarez Quiñones (1941), periodista, economista y licenciado en Historia cubano residente en California, con 40 años de experiencia como columnista en el área económica, primero en Cuba en el periódico “Granma” (1968-1995), y simultáneamente en la Televisión Cubana, donde fue comentarista de economía internacional, desde 1982 a 1992. Profesor de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana desde 1982 a 1992.
Llegó a EEUU en 1995, y en 1996 comenzó a trabajar en el diario “La Opinión” de Los Angeles, donde fue editor y columnista de las secciones de Negocios, Latinoamérica, El Mundo, y el suplemento “Tu Casa” (bienes raíces), hasta 2008. Actualmente es analista económico de Telemundo (TV), y escribe columnas y artículos para varios medios en español de EEUU y España. Es autor de 6 libros, 4 publicados en La Habana y 2 en Caracas, Venezuela. Ha recibido 11 premios de periodismo.

3 comentarios

  1. Creo que este planteamiento de los dos dictadores, más que una hipótesis es una tesis, y aun mas: un aserto, algo a mi modo de ver irrefutable. Conociendo este contexto de la política de los Castro, concuerdo perfectamente con el artículo de Alvarez Quiñonez. La precision de sus datos y el uso que hace el autor de hechos historicos y categorias politicas de la historia de Cuba en estos cincuenta años -totalmente comprobables-, más la expresión de una prosa elegante y nunca exaltada, constituyen a mi modo de ver una proyección convincente para los conocedores y no conocedores de este tipo de tema. Pero lo más importante para mí radica en su poder de persuasion, porque Alvarez Quiñonez desbroza un monte de enormes pinos para dejar ver el peso de una verdad catedralicia, de la que muchos no se habían percatado, de que en Cuba se creó una Constitución, a espaldas del pueblo, para oficializar a dos dictadores. Realmente, este es otro récord que podria aparecer en el libro Guinness aportado por el tristemente célebre Gobierno de los Castro.

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