Terremoto de 1985 México, otro aniversario

Debo confesar que una de las cosas que más miedo me da en esta llamada Ciudad de los Palacios, son los temblores.

Cuando les pregunto a la hora del refrigerio en el hipódromo, sobre los movimientos de tierra, tanto ellas como ellos me ven con cara de bicho raro. Es lo malo de venir de lugares, donde lo único que se mueve es cualquier objeto agitable para atenuar el calor.

Nunca olvidaré ese día a pesar de la distancia y de la edad. Mis primeros días en la secundaria me tenían con la mente en otro lado, menos en la escuela. Todo había transcurrido con normalidad a la hora de la salida, hasta que me bajé del camión rumbo a mi casa. La colonia era un silencio sepulcral que de repente fue cortado por la voz de Lolita Ayala.

No recuerdo qué hacía mi madre tan temprano en casa. Ella me dio la noticia. Quedé enganchado al televisor por horas.

Mi abuelo había cancelado su viaje a la Ciudad de México unos días antes. Se hospedaría en el Hotel Regis. El hermano médico de mi madre se había quedado dormido. Realmente despertó a media calle rumbo al Hospital General.

Creo que ese día todos terminamos despertando, de cierta apatía e indiferencia.

Era el 19 de septiembre de 1985. Un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter sacudía la Ciudad de México. El día 20, un segundo sismo, de 7.6 grados. Ambos quedaron registrados como los más devastadores por la cifra de muertos que dejaron, oficiales o no oficiales, los más de 30.000 heridos y las más de 30.000 viviendas destruidas.

Dejaron además 150,000 damnificados, más de 60.000 viviendas con afectaciones y se calcula que las pérdidas alcanzaron 4.000 millones de dólares.

Una historia que en los últimos 25 años nos hemos repetido, preguntándonos si estamos preparados para prevenir un sismo de igual o peor magnitud.

Ahora que vivo en la Ciudad de México, parece que de las pocas cosas que me hacen falta vivir, es un sismo.

Parece broma, pero me tomo en serio el hecho de estar desarrollando mi vida sobre una zona de alto riesgo sísmico.

Todos los días por lo menos un instante le dedico al análisis de la situación y como reaccionaría tanto yo como mi entorno cuando eso ocurra.

A casi 25 metros de altura sobre un sistema de pilotaje que permite flotar en una mole de concreto, acero y vidrio, veo a lo lejos algunos perfiles marcados de lo que fueron viejas losas y escaleras, algunos viejos edificios reforzados con estructuras, uno que otro inmueble que pareciera estar colgado o chueco y alguno perdido que me atrevería a decir que está en estado de gracia por las fracturas.

Pregunto a unos vecinos sobre su experiencia con sismos:

– Mira, no tienes de que preocuparte. El edificio como está cimentado sobre pilotes y un sistema hidráulico, al cual le damos mantenimiento cada mes, siempre se está moviendo aunque tú no lo notes. – Me dice un seguro vecino que tiene diez años viviendo aquí.

– Explíqueme eso – Le pido con cara de incredulidad.

– Si, cuando pasa un camión pesado cerca del edificio, este no se cimbra, se mueve ligeramente como si estuviera flotando.

– Pero ¿como se siente cuando tiembla?

– Pues todo se mueve de un lado a otro, pero leve. El problema es que termina de temblar y se sigue moviendo. En este edificio estás seguro. – Remata mi vecino dándome una palmada en la espalda.

Exhalo y expreso una sonrisa nerviosa.

En estos días de memoria fugaz, el Instituto Politécnico Nacional, con base en un riguroso estudio, menciona que un temblor de 8.1 grados en la escala de Richter generaría en la Ciudad de México afectaciones en tres mil inmuebles, 400 de los cuales se colapsarían. El fenómeno también dejaría varios heridos, muertos y desaparecidos.

Me pregunto qué hacemos ante tales datos en un país que carece de la cultura de la prevención en todos los sentidos y si estamos preparados para el próximo sismo de gran magnitud, que nos guste o no, el día menos esperado nos sorprenderá a todos lo que habitamos en esta gran ciudad.

La Condesa de Miravalle dice que esos temas no son para tratarse en la alta sociedad, porque demasiados dolores de cabeza da, rematando que en lugar de preocuparnos por como se mueve la tierra, deberíamos pensar como mejorar el movimiento de cadera, a la hora de ir a bailar.

Arquitecto por vocación y destino, escritor por convicción. Desde muy joven emprendí el viaje por la libertad. En mi camino he visto, percibido y palpado tanto, que un día decidí plasmarlo de la mejor forma que entendía. Las letras que han sido mis entrañables compañeras, cada día me acercan un poco más a la libertad, la cual aún no he encontrado pero que ya siento cerca. Creatura hombre, mexicano y sibarita en entrenamiento.

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