Leonardo Abaroa: El gato y El país de maravillas

La narrativa de Leonardo Abaroa presenta historias que vibran con el aliento natural del cuento que trasciende por su compleja sencillez: la paradoja de lo real-imaginario. Por eso solamente, ya se puede valorar los cuentos de este creador que aparece y desaparece entre sus personajes.

El cuento, como historia sin trampas, fluye en la precisión de la palabra.  ¿Es que en “El gato en el espejo” y las historias de País de maravillas, la palabra —aún en estos tiempos— nos impresiona por su calidad de personaje?  Pues sí, le hubiera respondido antes, en su vida plena, a este señor cuentista que es Abaroa, quien aun hoy desde su reino invisible debe asombrarse de sí mismo.

Su palabra está cargada de tensión —¡en hora buena!— y es, de hecho, una abertura por donde pasan seres y quedan resplandores de identidades. Y los protagonistas —porque en estas historias todos, o casi todos, no suenan protagónicos— convencen ricamente, debido a que no son idénticas identidades, sino su “otredad diversa”.
Son lo que son: palabras del tiempo vivido; son Leonor Rives y el señor McKenzie; son la niña narradora, Tobi, la abuela Nana y los demás que se nombran; son Serafín Perdueles, el gato Mustafá y de nuevo el mismo narrador que es él mismo, todo; o mejor, el pícaro Abaroa que sorprende cuando asoma su rostro detrás del texto-espejo, o su dedo índice que saca del cuaderno y mueve en gesto de llamada para invitarnos a entrar (Esto último es el hecho paratextual de haber obtenido el Premio Luis Rogelio Nogueras 1991, y también la atracción del título, que recuerda a Lewis Carrol).

En fin, los seres del fabulador Abaroa —como Alicia— pueden entrar y salir de los espejos. Y esto me hace feliz: “El gato en el espejo” me hace feliz. Me da la impresión — ¡Bendita impresión, que viene de una intuición socarrona!— de que he leído este cuento en miles de cuentos antiguos: es el juego mítico de los espejos que siempre termina haciéndose historia, porque es la sempiterna puerta de la imaginación por donde se cruzan los personajes ficticios y reales. Por supuesto, hay —como ya dije anteriormente— un sabor a Lewis Carrol y hasta una evocación —supongo al cuentista venezolano Julio Garmendia y hasta al mismísimo Michael Ende.

¿Y el gato Mustafá-Perdueles-narrador?… ¡Ah, no!; no tan sólo así: es el doble real-concreto del imaginario Abaroa. Ese gato que me conozco también y tan bien. El gato-jaguar de mis propios acertijos creativos. Porque asimismo —como muchos curiosos— entré yo también por ese espejo alguna vez. Fue en algún tiempo futuro del niño que soy; el tiempo del espejo del gato Abaroa que desteje el cronotopo histórico de la literatura: la realidad objetiva, digamos, y la pone a funcionar en la realidad imaginaria… ¡Caramba, señor de los espejos, cómo me gustaría seguir escribiendo de Mustafá-Perdueles! Hasta me acuerdo de Popota-Bulgakov en su Maestro y Margarita.

¿Pero, y el País de maravillas? ¿Cómo obviar ese realismo dramático, y muchas veces trágico, tan conflictivo por su censura para algunos narradores del patio? Un tema que ya —a estas alturas— pudiera ser manido y no lo es: sencillamente eso: las relaciones humanas y la existencia. Pero lo novedoso está en que se trata de la existencia “aquí” y “allá” o “allá” y “aquí. ¿Da lo mismo? ¿Importa algo si es Monday Monday o lunes lunes?… Es la vida y punto; y la pareja, muy real, tanto que pudiera ser el conflicto de muchos. El caso es que los cuentos están ahí, con sus tensiones y pasiones que suscita este País de maravillas. ¿Cuál de los dos: el de aquí o el de allá? [En ese tiempo yo estaba en Cuba y me refería a Estados Unidos o a la Isla]. Porque entonces se te aparece la mujercita esa, Miss Leonor Rives, que con sabrosa ironía le desdibuja el alma a Mr. McKenzie. Hay un dialogismo bilingüe: tanto inglés, más español. La identidad de Leonor Rives se encuentra en el idioma, en su nacencia a pesar de 18 años oyendo hablar inglés —eighteen years, señor McKenzie— y nada, ahí está la cubana haciéndose sentir. Linaje popular: el ser y su antropología auténtica: “el explotador y el explotado” [parece manido decir esto. Por eso entrecomillo la frase, por el hecho de atreverme hoy en día a usar estos vocablos de una retórica pasada. ¿Pasada? Y lo hago porque tiene vigencia en este cuento de Leonor Rives, debido a lo lúdicro que provoca, ese juegos de sentidos de “quién” explota a “quién”]. Leonor quedó despedida del trabajo y explota su papel de víctima, no por ello con menos derecho y menos dramatismo; y el señor McKenzie entra en el juego del “ingenuo” explotador que representa al verdadero. Y yo pregunto (me pregunto) a ustedes y a mí mismo: ¿es que en Cuba no se conocen funcionarios parecidos?… ¿o peores?… En definitiva, me convenzo de que ambos personajes perduren como símbolos no ya de una etapa particular del tiempo histórico, sino de la sinrazón del falso racionalismo de la Modernidad en crisis. Pero eso sí, perduran a causa de las tensiones de este cuento: tensiones que se transforman en pasiones. Prosa de ritmo interior, un ritmo que sabe a jazz latino; palabras que hincan como espinas de erizo, creando su escozor como para hacer memoria de una realidad que no se acaba. Porque el encuentro de Miss Leonor y del señor McKenzie sucede en el país de allá [Entonces hablaba de Estados Unidos; en estos momentos, para mí, es el país de acá], pero también en el país de aquí, Cuba [Ahora para mí el país de allá… bueno, geográficamente hablando, porque en mi corazón no existe el tiempo y el espacio]; quien lo duda entre tantas corporaciones que se crearon y que con el tiempo han venido reduciéndose y, por supuesto, languideciendo; confrontación en la Isla, que permanece flotando, anclada, en la hora aciaga y repetida de una época pasada contra el tiempo global de este mundo.

Parece entonces que aún existen los universales, como el desarraigo en “Humpty-Dumpty”, que se muestra en el punto de vista de una niña conversando con la nostalgia de su perro. Tobi quedó atrás, y, con el perro, la abuela, la casa y los sueños de juego en medio de tan buen discurso indirecto, imágenes cruzadas como en un video clic, que se alimentan unas a otras y me incitan a decodificar constantemente el tema “clásico” de una época “clásica”. Aquel extraño realismo socialista [tan enormemente distante de nosotros], para armar con esa historia mi propia interpretación. El mundo que somos tiene sus imaginaciones, y a mí me da que la madre de la niña optó por la prostitución en Miami; tal vez las circunstancias la obligaron; o quizás le salió el ánimo de la jinetera que se llevó de aquí [de la Isla cuando yo estaba allá]. Y toda la desgracia del padre, Papi, es la misma mortificación de los pobres del planeta, que con ellos pudiera yo mi suerte echar. Así, “Humpty-Dumpty” cala hondo en el desarraigo, en el desprendimiento de lo que hemos sido en un país, en nuestro país, que no hay tal desprendimiento porque de alguna forma inexplicable el país se encuentra en ellos, y de ahí el drama o la tragedia; y eso es lo que me estremece; lo que me crea un inevitable temblor de los párpados.

País de maravillas es un cuaderno de textos que dimensionan la realidad propuesta por su autor en múltiples posibles interpretaciones; historias que acechan, que merodean alrededor de sensibles heridas de la existencia y de la ética ideológica. Pienso que estos cuentos ganan en sugerencias con el correr del tiempo actual. De ahí su virtualidad de lo perdurable, y de que se estimulen mis intuiciones con su lectura; lectura que también —sin temor a equivocarme— agradezco [le agradecí al autor en vida] en nombre de ustedes, lectores, a este gatuno creador de fábulas reales, que es el amigo Leonardo Abaroa. Que ya inventa historias divinas en el Reino de Imago.

[Este trabajo fue preparado para la presentación de su cuaderno País de maravillas, Premio Luis Rogelio Nogueras 1991, publicado por Ediciones Extramuros del Centro Provincial del Libro y la Literatura de Ciudad de La Habana, en 1992. La presentación tuvo lugar el 28 de octubre de 1993 en la Librería Fernando Ortiz, de L y 27, en el Vedado, La Habana. Hoy en día, abril de 2010, actualizo esta crítica para ser publicada en hispanicla.com, y que a partir de aquí forme parte de mi libro De las impresiones (narrativas y monográficas).

En el título de este trabajo, el gato que se menciona se refiere a su cuento “El gato en el espejo”, publicado en Colección La Ceiba de la misma institución, en 1991].

Era él, por su condición de escritor ya hecho, la voz líder del taller literario Aracelio Iglesias. Pero era, además, el mejor consejero de los autores noveles, el más comedido entre los críticos y el más sencillo de los concurrentes. Coincidimos también en algún que otro encuentro de escritores y aún me parece escuchar su voz grave, pausada y la argumentación correcta, matizada por la caballerosidad en el trato hacia los demás.

Y sucede que Leonardo Abaroa cumpliría por estas fechas 70 años —nació el 28 de septiembre de 1939—, ocasión que no debe pasar inadvertida.

Toda la vida de Abaroa transcurrió en su casa natal del barrio habanero de El Vedado, y cuando no en el mar, navegando, porque el escritor —un poco en eso me recuerda a Joseph Conrad— tuvo bastante de lobo de mar.

Aunque en sus años escolares dio muestras de interés por la escritura, la verdadera revelación llegó en los abundantes momentos de soledad en el camarote, cuando amigos y familia están distantes y la página en blanco deviene la más fiel compañera.

En 1959 —con 20 años a la sazón— ingresó en los cursos de la Academia Naval de la Marina de Guerra Revolucionaria. De allí emergió como guardiamarina (cadete) y con posterioridad concluyó estudios de Oficial de Máquinas. Comenzó a navegar en 1961 y el joven que llamaba la atención porque en cada momento libre se le veía enfrascado con un libro y cuando no, escribiendo, llegó al cargo de Jefe de Máquinas. Así Abaroa hizo escala en los puertos de Europa y de Asia, de África y de América, del Caribe, hasta conocer el mundo, algo que, junto a las lecturas y la fina observación, cimentó su cultura y abrió ilimitados intereses de conocimiento al marino-escritor.

Cuando por razones de salud pasó a trabajar en tierra, Abaroa lo hizo siempre vinculado al mar, fuera ya como Inspector de Maquinarias o en otras funciones que demandaran de su experiencia y conocimientos técnicos. Que el mar sea una constante en su obra narrativa es, más que un presupuesto lógico, un homenaje. Él mismo lo expresaría en 1982, entrevistado para la revista Mar y Pesca:

La mar se asoma a tres de cada cuatro cuartillas que escribo, bien como personaje, bien como escenario de la narración. No es extraño: le he dedicado toda mi vida laboral.

Miembro de la entonces denominada Brigada Hermanos Saíz, participante activo de los talleres literarios de obreros-escritores y miembro de la UNEAC, en la formación literaria de Abaroa influyó de manera notable quien fuera su mentor, amigo y vecino, el cuentero mayor Onelio Jorge Cardoso, así como otro no menos importante narrador y poeta cubano: Félix Pita Rodríguez. Uno y otro guiaron los pasos iniciales del narrador (un narrador que además incursionó en el periodismo, el ensayo y la poesía), leyeron sus textos y lo estimularon a seguir adelante.

Entre tanto, Abaroa se daba a conocer con sus colaboraciones en Unión, Verde Olivo, Revolución y Cultura, Bohemia, Cuba Internacional, Opina, Mar y Pesca y el periódico Trabajadores.

Sentado a su máquina de escribir, una vieja pero eficiente Remington y degustando continuamente el infaltable buchito de café, produjo sus relatos más leídos: Aguas negras (Ediciones Extramuros, 1981); Con estas otras manos (Editorial UNION, 1985); La altura virgen de Spica (UNION, 1987); El Triángulo de las Bermudas y otros cuentos de mar-humor (Letras Cubanas, 1987), la plaquette Gato en el espejo (Extramuros, 1991), País de Maravillas (Extramuros, 1992). Otros dos libros quedaron inéditos al morir el 14 de mayo de 2001: Cuentos caribeños de la mar y Ángulo de pánico.

(Tomado de “Leonardo Abaroa en sus 70”, por Leonardo Depestre Catony, publicado en CubaLiteraria, portal de la literatura cubana, dar clic en: http://www.cubaliteraria.com/delacuba/ficha.php?s_Columna=&s_Seccion=35&Id=6914)

Manuel Gayol Mecías
Escritor y periodista cubano. Editor de la revista literaria online Palabra Abierta (http://palabrabierta.com). Graduado de licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Universidad de La Habana en 1979. Fue investigador literario del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas (1979-1989). Posteriormente trabajó como especialista literario de la Casa de la Cultura de Plaza, en La Habana, y además fue miembro del Consejo de redacción de la revista Vivarium, auspiciado por el Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana.
Ha publicado trabajos críticos, cuentos y poemas en diversas publicaciones periódicas de su país y del extranjero, y también ha obtenido varios premios literarios, entre ellos, el Premio Nacional de Cuento del Concurso Luis Felipe Rodríguez de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) 1992.
En el año 2004 ganó el Premio Internacional de Cuento Enrique Labrador Ruiz del Círculo de Cultura Panamericano, de Nueva York, por El otro sueño de Sísifo.
Trabajó como editor en la revista Contacto, en 1994 y 1995. Desde 1996 y hasta 2008 fue editor de estilo (Copy Editor), editor de cambios (Shift Editor) y coeditor en el periódico La Opinión, de Los Ángeles, California.
Actualmente, reside en la ciudad de Corona, California.

OBRAS PUBLICADAS: Retablo de la fábula (Poesía, Editorial Letras Cubanas, 1989); Valoración Múltiple sobre Andrés Bello (Compilación, Editorial Casa de las Américas, 1989); El jaguar es un sueño de ámbar (Cuentos, Editorial del Centro Provincial del Libro de La Habana, 1990); Retorno de la duda (Poesía, Ediciones Vivarium, Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana, 1995).

2 comentarios

  1. Manuel: ¿por casualidad piensan, tú y Gabriel, tener un espacio este fin de semana para el Día de los Muertos y los relatos de miedo? Son una gran tradición latinoamericana.

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