Augusto Pinochet: el gran oportunista

La figura de Augusto Pinochet sigue despertando repudio, amor, asco y admiración. Cualquier mención de su nombre convierte a cada chileno en una fierecilla en actitud de ataque o defensa. Los juicios y prejuicios son ensombrecidos por el furor, la lealtad y el rencor, obnubilando cualquier tipo de análisis y llevando a establecer rotundos juicios condenatorios o enaltecedores, convirtiendo el razonamiento en sentimiento y éste a su vez en despoblado adjetivo.

Pero, ¿quién podría argumentar razones consensuables para darle un sentido histórico a este período? Pienso que nadie aún.

La intensa subjetividad, la soberbia y el interés personal y grupal son poderosos señores. Hay quienes afirman que incluso el impacto de la Revolución Francesa aún no permite decantar las pasiones. No obstante, y haciendo un arriesgado esfuerzo, bajaré por un momento a Pinochet de su tempestuoso pedestal para insertarlo en una dimensión estrictamente histórica.

Augusto José Ramón Pinochet Ugarte nació en Valparaíso el 25 de noviembre de 1915. Hijo de Augusto Pinochet y Avelina Ugarte. Estudió en el Seminario San Rafael de su ciudad natal, en el Instituto de los Hermanos Maristas de Quillota y en el Colegio de los Padres Franceses de Valparaíso.

En 1933, ingresó en la Escuela Militar de Chile, y tres años más tarde egresó como alférez de infantería, siendo destinado a la Escuela de Infantería y, al año siguiente, al Regimiento Chacabuco (en Concepción).

En 1939, alcanzó la graduación de subteniente y tuvo por nuevo destino el Regimiento Maipo, en Valparaíso. Regresó a la Escuela de Infantería en 1940 y, un año después, con el grado de teniente, pasó a la Escuela Militar. En 1942 contrajo matrimonio con Lucía Hiriart Rodríguez.

En 1945 estuvo destinado en el Regimiento Carampangue, en Iquique, y al año siguiente ascendió a capitán. En 1948, accedió a la Academia de Guerra, siendo destinado a Lota, y un año después reingresó en la Academia. En este período ya hay registros de su carácter severo, particularmente en lo que se refiere al férreo control que ejercía sobre los presos y relegados políticos del gobierno de Gabriel González Videla.

Ascendió a mayor en 1953, siendo asignado al Regimiento Rancagua, en Arica. En 1955, fue designado profesor de la Academia de Guerra. A fines de 1959, pasó al Cuartel General de la I División de Ejército, en Antofagasta. Ya como teniente coronel, en 1960 se hizo cargo en esa ciudad de la comandancia del Regimiento Esmeralda.

En 1963, recibió su nombramiento como subdirector de la Academia de Guerra, y en 1966 alcanzó el grado de coronel. Dos años más tarde, fue nombrado jefe del Estado Mayor de la II División de Ejército, en Santiago; ascendió a general de brigada, y fue nombrado comandante en jefe de la VI División, en Iquique.

Allí se encontraba cuando el presidente del país, Eduardo Frei Montalva, le nombró intendente subrogante de Tarapacá.

En enero de 1971, asumió como general de división, siendo nombrado comandante general de la Guarnición de Ejército de Santiago y, en 1972, jefe del Estado Mayor General del Ejército. El 23 de agosto de 1973, el presidente Allende lo nombró comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, amparado en el consejo del renunciado general Carlos Prats.

De esta forma, llegó a comandar las fuerzas armadas sin mucho bombo ni platillo, precisamente porque su silencio, su aparente mansedumbre y su sentido de acatamiento constitucional, daba suficiente confianza a sus superiores de que no se arrancaría con los tarros, particularmente al general Carlos Prats que fue un claro impulsor de su ascenso.

Pinochet nunca se destacó en nada, nunca discutió una orden ni demostró abierto desdén por nadie. Su mueca socarrona debió ser considerada sólo como un defecto genético. Llegó pronto a la cúspide pues quién sino él podía dar las garantías necesarias para la perdurabilidad democrática.

Los militares termocéfalos, los insidiosos, los caudillistas o problemáticos difícilmente ascienden a un grado importante, y culminan su vida profesional bebiendo whisky y pateando la perra al interior de sus cuarteles. Pero Pinochet, por el contrario, era el niño bueno, el peón perfecto que contendría el jaque mate a la democracia. Un símil pequeño respecto al alivio generalizado que significó la llegada de un moderado Hitler al poder en la Alemania del 33.

Momentos antes del golpe de Estado en Chile, Pinochet no era figura clave. Se dudaba de su reacción, y existen datos certeros de que se consideró asesinarlo tal como al general Schnaider si no se sumaba al carro golpista. Pinochet dudó hasta el final, como quien espera tener las cosas más claras para ver de qué lado se podía ganar más. Cuando percibió la magnitud de la embestida opositora a Allende y de qué él mismo era completamente prescindible en esa ofensiva, se sumó y oportunistamente pasó a encabezarla.

Claramente el golpe de Estado a Allende no lo preparó ni ideológica ni logísticamente Pinochet.

Un movimiento reaccionario de grandes proporciones, preparado desde el centro de la oligarquía económica, se venía gestando desde antes que asumiera la presidencia Salvador Allende. Los militares de mediana y alta graduación, torpes políticamente e intelectualmente unidimensionales, no actuarían jamás sin ser previamente objeto de un lento proceso de azuzamiento, adulación, coimeo e ideologización.

La ferocidad con que actuaron los militares con los propios compañeros de armas que no se sumaron abiertamente al golpe, hablan del éxito macabro de esta operación oligárquica. Los militares comenzaron su asonada y continuaron largamente creyendo que el país había estado y seguía en una extraña guerra contra un enemigo invisible: el marxismo internacional.

Fue el sustento ideológico que los militares se dieron a sí mismos, ya que difícilmente podrían aceptar que habían desencadenado tal tragedia sólo para facilitar a la oligarquía económica la plena restauración de su predominio.

Luego de los sangrientos sucesos acaecidos durante y después del golpe de Estado, se suscitaron tensas relaciones en el nuevo gobierno de la junta militar, vinculadas básicamente al papel político que le correspondía a cada uno de los integrantes, a quién le tocaría gobernar, cómo se repartirían el poder y sobre todo qué rumbo iba a tomar el país. Las cosas no fueron fáciles.

El general de la Fuerza Aérea Gustavo Leigh aseguraba ser el más meritorio y antiguo, pero una vez más afloró el carácter zorruno de Pinochet y mediante una rápida operación política logró ser investido como Presidente de la República.

El asunto del poder quedó zanjado por los siguientes 16 años. No así el qué hacer con la oposición. Está claro que Pinochet dejó sueltos a sus perros de presa más feroces. Nunca les puso freno y por el contrario, los conminó a reforzar la embestida a la débil oposición. Se sucedieron asesinatos, torturas, destierros e infinidad de violaciones graves a los derechos humanos de decenas de miles de personas.

Pero quedaba el tema económico. Los militares no sabían más de economía que lo que sabe una modelo de pasarela sobre física nuclear. Se dejaron asesorar por economistas bien recomendados, pero no acabaron de convencerse de sus teorías. Dejaron hacer a regañadientes.

Los sobrevalorados Chicago Boys hicieron de las suyas con el conejillo de Indias que era Chile entero. Varios equipos económicos fueron relevados y se practicaron al menos seis distintos ensayos de políticas económicas, sin que ninguno lograra reactivar el país. Más bien producto de la inercia y un ambiente internacional favorable, la economía repuntó recién a fines de 1979.

Sólo entonces la adustez de Pinochet empezó a mutar en sonrisa. Imbuido de su poder sin contrapeso, adulado y protegido por sus muchos seguidores, que genuinamente o por miedo aprobaban su gestión, Pinochet empezó a pensar el país por sí mismo.

Multitudinarias manifestaciones en su apoyo henchían su pecho. Las antorchas juveniles se encendían a lo largo de Chile. El país crecía, el desempleo disminuía, las importaciones abarrotaban el mercado, los sindicatos estaban desmantelados o apaciguados, crecía la venta de automóviles, la oposición estaba desintegrada, las personas comunes empezaban a vacacionar, se establecían nuevas legislaciones laborales, previsionales, judiciales, económicas.

El Estado vendía sus empresas y abría el mercado nacional al mundo. Esos son los años de las fotografías de un Pinochet jubiloso con los brazos en alto.

Pinochet también tenía aficiones intelectuales. Si bien se reconocía ignorante, amaba el conocimiento. Connotados intelectuales conservadores como Paul Johnson o el predicador Jimmy Swagger lo visitaron en su domicilio. Frecuentaba librerías de viejo y regateaba como un poeta pobre. Compraba cuánta enciclopedia existía en el mercado y recibía gustoso exclusivos regalos bibliográficos hasta llegar a completar una desordenada biblioteca de más de 60.000 ejemplares.

Se sabe que leyó con pasión abundantes biografías de Napoleón, Rommel y Churchill, y muy probablemente una parte de la obra de Alexandr Solzhenitzin.

Tras la gran crisis del 82 comenzó el declive de Pinochet. La oposición unió fuerzas y se transformó en un dolor de cabeza constante para su gobierno. Se sucedieron multitudinarias protestas sociales y atentados con muertos y heridos en ambos lados.

El debilitamiento de su poder y el relevo de ciertos asesores lograron convencerlo de que la única salida viable era la negociación política con la oposición, la que no le dio tregua hasta obligarlo a realizar un plebiscito nacional el año 88, el que perdió por escaso margen.

El año 90, Pinochet entregó el poder, pero no su amado ejército, el que se reservaría para sí mismo por si acaso la fiebre politiquera desordenaba mucho el gallinero y encarcelaba a su gente más cercana.

Una de las grandes tristezas del general Augusto Pinochet fue sin duda haber perdido de vista al antiguo ejército germano que había inspirado su propio ejército. “Ahora son unos chascones, marihuaneros e indisciplinados” fue su expresión ante la consulta sobre el moderno estilo militar germano. Desde entonces, Pinochet quedó solo, con sus recios palitroques destetados de doctrina y arrinconados en una esquina estática del tiempo.

Finalmente, se comprobaron algo más de tres mil asesinatos de disidentes durante su mandato. Pudieron haber sido treinta mil, como en Argentina, o seis millones como en Alemania, pero sólo fueron tres mil.

A fin de cuentas, Pinochet no era un chico tan malo y más bien tenía preocupaciones más urgentes que andar matando opositores. Quería ser amado por el pueblo, que lo reconocieran como un líder fundamental en la historia republicana, que sus soldados no fueran masacrados en Arica el 74 o en Magallanes el 78, y que cada chileno bien nacido tuviera una firme bicicleta para recorrer la aislada patria.

Como era previsible, y tal como sucedió con Alfredo Stroessner y Ferdinand Marcos, ningún tribunal pudo condenarlo.

Finalmente murió sin pena ni gloria.

Escritor chileno. Licenciado en Historia en la Universidad de Chile. Nació en San Fabián de Alico en 1972. Ha publicado ensayos, crónicas y relatos en diversos medios americanos y europeos. Es autor de las novelas Ameba y El odio, y de los libros de relatos La vida continúa y El insomnio de la carne. Todas sus obras han sido publicadas por Sanfabistán Editores. Columnista en HuffPost Voces (EEUU) e HispanicLA (EEUU) y controvertido bloguero político cuya voz independiente se ha expandido a todo el mundo hispanohablante. Se le ha descrito como un autor de pluma corrosiva, provocadora y amarga.

12 comentarios

  1. No me gusta la forma en que tratan al gral. pinochet en este blog, sin lugar a dudas quien escribio esto no se encuentra a la altura ni en un pocision neutral para escribir sobre un de lo hombres mas relevantes de la historia de Chile.
    Pinochet fue un militar de honor, fue más patriota que cualquiera de los que alguna vez han pasado por este blog, tratarlo de oportunista, fasineroso, arpia y con palablas de ese calibre solo pueden provenír de alguien con una visión de la realidad de los acontecimientos totalmente alejada de la neutralidad y de un juicio justo respecto a los acontecimientos, a continuación explico en parte mis motivos;
    Sin olvidar en ningún momento la verdad histórica de las violaciones a los derechos humanos en Chile me parece enormemente lamentable que el autor no se refiera a los logros tanto en el campo social como económico de la junta militar, los cuales, aunque muchos lo nieguen, y otros mas viejos se hayan opuesto a ellos, fueron la piedra fundamental que ha llevado a Chile a ser la prospera economía que es hoy.
    Como chileno me siento profundamente orgulloso de nuestro ejercito y de su trabajo realizado para derrocar a Salvador Allende, un gobernante ineficiente llevo a Chile al colapso casi total el año 73. Ni los 5000 hombres armados que tenia el partido socialista en conjunto con el pc pudieron esclavizar a Chile ante un sistema aun millones de veces mas déspota y tirano que el régimen militar que se vivió en nuestro país (soy totalmente anticomunista y me considero un libertario).
    Sin lugar a dudas el gobierno militar fue una dictadura, pero fue una de las mejores dictaduras que se hallan visto en la historia de la humanidad, llevo a su país por la senda correcta del crecimiento, logro imponer sus ideas y la continuación de sus políticas, económicas y sociales, aun después de haber dejado el poder. es alguno de ustedes capaz de recordar alguna dictadura contemporanea a la de pinochet que no halla llevado a su pais al colapso?

  2. En Chile no hemos tenido un Martín Balza, estimada Lorena. El ejército y el conjunto de las fuerzas armadas chilenas han seguido actuando como un cuerpo cerrado y cohesionado, defendiendo incluso a sus miembros procesados por graves violaciones a los derechos humanos. Nadie ha pedido perdón, nadie ha dado la cara por el comportamiento vergonzoso de la institución durante el período pinochetista. Muchos podrán escudarse en el miedo que sentían y en la necesidad de velar por su propia seguridad familiar. Quizá esa exculpación se le pueda aceptar a los rangos menores de las instituciones, donde salvo algunos psicópatas claramente identificados (algunos incluso ajusticiados por los mismos grupos de izquierda en tiempos de dictadura), no les cabía sino obedecer muda y ciegamente. Pero el generalato, los brigadieres, los coroneles y comandantes, actuaron mayoritariamente con tal crueldad, excediendo largamente las propias directrices represoras que emanaban desde el estado mayor y la misma presidencia. ¿Cuántos de ellos están procesados? Una minoría simbólica. ¿Cuántos han sido condenados? Menos de una docena. ¿Cuál ha sido la pena? Siempre menos de seis años.
    Es posible y hasta natural que en 17 años el 43% de chilenos que votó en el prebiscito para que Pinochet siguiera en el poder, hayan sido directamente beneficiados con las políticas gubernamentales del régimen militar. Es posible que un porcentaje muy minoritario de ese 43% no hubiera podido apreciar a tiempo la real dimensión de los horrorosos atropellos a los derechos humanos. Sin embargo, la gran mayoría estaba plenamente al tanto de lo que sucedía, y prefirió hacer la vista gorda, como lo sigue haciendo hasta hoy. Es difícil aceptarlo, pero es un hecho que para alrededor del 40% de los chilenos de hoy, Pinochet sigue siendo un héroe que salvó a Chile de transformarse en una dictadura comunista.

  3. Tal parece que el señor Muzam y sus comentaristas más leales terminarán beatificando al sanguinario dictador Pinochet. Es cierto que fue un hombre mediocre, pero la mediocridad no le impidió consumar fríamente el exterminio de sus opositores. Contó para ello con uno de los psicópatas más perversos que registra la historia contemporánea, como lo fue el general Manuel Contreras y su perrito fadero, el coronel Pedro Espinoza.
    Cuando se elabora un escrito, siempre se omitirán intencionalmente muchos aspectos que no ayudan a la causa de lo que se pretende mostrar. Nada he leído en este conjunto de opiniones sobre los fusilamientos disfrazados de enfrentamientos, los ajusticiamientos de los hermanos Vergara, la matanza de Corpus Christi, las desapariciones, los miles de asesinados que fueron enterrados en fosas comunes, los cientos que fueron lanzados vivos al mar amarrados con cadenas y piedras a sus pies para que no quedaran rastros, nada se habla de las torturas sistemáticas, de las miles de violaciones, de los niños secuestrados por los agentes del régimen, de las persecuciones, hostigamientos, del hambre y la cesantía que asoló a Chile en los ochenta, nadie habla del paralizante terror en que vivió sumida la población chilena durante 17 años. Si eso aún los lleva a decir que fue un período de relativa calma, no sé en qué mundo viven.
    Con los hermanos Castro en Cuba pasó lo que ha pasado en cada régimen autodeclarado como marxista. A poco andar se impone el culto a la personalidad y el sueño comunista se transforma en feroz pesadilla. Quienes conozcan algo de historia se habrán dado cuenta de que casi nadie entrega el poder así como así una vez que lo ha conseguido. Ni siquiera los grupos que se dicen democráticos.

  4. EXCELENTE ARTICULO
    Felicito a Muzam por este excelente artículo acerca de Augusto Pinochet. No creo haber leído algo tan completo y medular en torno a esta siniestra figura, muy amarga, de la historia chilena y latinoamericana.

    Son injustos quienes critican este magnífico trabajo de Muzan. Es más, sospecho que algunos de estos críticos tan intransigentes con el autor probablemente se niegan a calificar de dictadores a Fidel y Raúl Castro, dos tiranos que han hecho mucho más daño a los cubanos que el que Pinochet infligió a los chilenos. No hay nada más testarudo que los hechos históricos, y ellos nos muestran que Pinochet fue un mediocre aprendiz de tirano comparado con los hermanos Castro, que llevan 52 años en el poder, han asesinado a muchísimos más compatriotas y han convertido en ruinas a Cuba. Pinochet, crímenes y atropellos aparte, se atrevió a convocar un plebiscito (obviamente porque creía que lo iba a ganar), lo perdió y entregó el poder, algo que jamás ha pasado siquiera por la mente de los hermanos Castro. En la isla, las últimas elecciones presidenciales tuvieron lugar en 1948, hace 62 años.
    Y otro dato curioso, en 1958 Chile y Cuba tenían un ingreso per cápita similar. Hoy, Chile supera los $14,000 y Cuba apenas sobrepasa los $1,000.

    En fin, siento cierta sana envidia de Muzam, pues me gustaría escribir un artículo sobre Fidel Castro desde una Cuba democrática como Chile, que, por cierto, será el primer país de Latinoamérica en ser parte del Primer Mundo.

    Nuevamente felicitaciones a Muzam por su trabajo.

  5. Lo señalado por el sr. Luigi Zanzotto es justamente uno de los puntos donde se manifiesta el desencuentro cuando se aborda el tema en una charla cualquiera sobre la dictadura argentina.
    Sin embargo, entiendo este artículo como una postura abierta, que muestra la dualidad que existe en la sociedad chilena al respecto MUY de acuerdo y MUY en desacuerdo están equilibrados a la hora de gritar su postura, lo cual como dije no se percibe en la Argentina donde sostenemos un EN DESACUERDO consensuado que se expresa vox populi. Que no se exija por la honra de los oficiales muertos obedecer al temor que se repita el «error» y vuelva el terror.
    Para mí todas las muertes son lamentables, todas esas muertes lo fueron… La diferencia está en que los uniformados estaban «haciendo su trabajo» y por lo tanto estaban expuestos a caer en servicio, mientras que los otros lo hacían desde la clandestinidad de una actividad que había que comporbarles antes para no pasar como victimas siendo victimarios. Cuando muere un subversivo cabe la posibilidad que haya acabado con la vida de uno que no necesariamente cometía un delito o de un civil que estaba ajeno al conflicto.. A mi entender la muerte de «inocentes» pesó más en el inconciente colectivo argentino… sin que se diera más importancia a las del otro bando aunque sin desmerecerla. Sabemos que los verdaderos culpables tienen nombres conocidos, cargos y rango, por lo tanto no se culpa enteramente a todos los policía y militares que participaron en el proceso, se entiende que fueron obligados a participar impulsados por una «obediencia debida». Así la justicia y el reconocimiento le llegó primero a unos y está suspendida para otros.
    Supongo que hablar objetivamente de Pinochet desde ahí debe ser extremadamente difícil, no encuentro personaje comparable en mi país… Los que mencioné están expulsados definitivamente de la sociedad, no existe para ellos reivindicación posible, no habrá quien los defienda públicamente y luego deba arrepentirse porque serán expulsados también… sólo se les entiende en el entorno más íntimo. En todo caso, este artículo no deja de parecerme un texto prolijo que me deja pensando… Ni objetivo ni subjetivo, es demasiado breve para que pretenda aclarar un pasaje de la historia chilena tan complejo, pero sirve para reflexionar sobre ella y trazar un paralelo con la de mi país.

  6. Si fueras tan objetivo, me gustaría ver que escribieras la historia completa y no solamente la del lado de la izquierda. Me gustaría verte escribiendo también sobre los más de mil carabineros y soldados que fueron asesinados por los grupos terroristas del marxismo internacional. Me gustaría que pudieras reconocer que gracias a nuestro general Pinochet, Chile es hoy el país más moderno de América Latina. Y le recuerdo, amigo Muzam, que en los hechos del banco Riggs, no se llegó a dictar sentencia, y las personas que mencionas como ladrones y saqueadores, se enriquecieron en realidad gracias a su propio esfuerzo, a su imaginación, a su tesón y a su amor por la patria. Chile es hoy un país orgulloso, tenemos una economía sana y gozamos de un gobierno exitoso bajo la guía del Presidente Sebastián Piñera.

  7. A la historia poco le importan los muertos, ni menos los pasados a llevar. Menos en Chile, donde la historia oficial, la preponderante, la que se sigue enseñando en los programas de estudio, sigue encasillada en una visión patriotera, laudatoria, heroicista, pero jamás crítica o constructora de verdad.
    Es difícil avizorar aún el papel que consensuadamente le otorgará la historia seria al general Pinochet. Espero que mi texto, que tiene pretensión de objetividad, contribuya en algo a ese probable consenso.

  8. A eso iba,.. Una simple percepción. Desde aquí se nota esa fragmentación en el pueblo chileno frente a la figura de Pinochet, eso no ocurre en Argentina. Descreo que un milagroso triunfo en Malvinas hubiese sido suficiente para tapar el regadero de sangre, tal vez hubiese demorado un poco la caida del goobierno de facto.
    Miramos con asombro la defensa de Pinochet, pero no nos atrevemos a opinar sobre él porque desde el mismo Chile no se ve una postura clara, salvando las enormes diferencias, es tan dificil como opinar sobre Castro y Chavez. Supongo que en algún momento juntarán las pruebas necesarias para inclinar la balanza en «condenarlo» o no en la memoria colectiva, santificarlo jamás… no le cabe la absolución tan sólo definir la gravedad del crimen y su correspondiente condena.

  9. Sin duda que se aprecia una diferencia importante entre las apreciaciones de ambos países respecto a sus dictaduras, estimada Lorena. Quizá si hubiesen tenido éxito en la Guerra de Las Malvinas, los militares se habrían afianzado en el poder ganando incluso apoyo popular. No lo lograron y Argentina acabó por arruinarse moral y económicamente con sus militares. Describir en pocas líneas la complejidad del proceso político argentino de los últimos cincuenta años sería poco serio. Los odios e intereses en juego germinaron, cundieron y llevaron a un fratricidio de todos contra todos. Los militares acabaron por dar el golpe de gracia con su reguero de muertos, torturados y desaparecidos. Quién podría defenderlos hoy día. A nadie le conviene. Ni siquiera a la extrema derecha argentina, que tal como en Chile, debe estarse vistiendo con amables ropajes democráticos.
    Por el contrario, en Chile, casi la mitad de su población sigue defendiendo rabiosamente al general Pinochet. No bastaron los tres mil y tantos muertos ni los desaparecidos ni los cientos de miles de exonerados políticos, prisioneros, exiliados, torturados, vejados, violados y hambrientos que dejó la dictadura, para que se destiñera el amor hacia el general por parte de sus cegatones seguidores. No bastó ni siquiera que se comprobara que había sido un astuto ladrón, que haciéndose llamar Daniel López, guardó varios millones de dólares en el Banco Riggs. No bastó la corrupción de sus asesores, ni de sus camaradas militares, ni el saqueo de las empresas públicas, nada bastó, pues sus seguidores todo se lo perdonaron o nunca quisieron creerlo o tal vez ni siquiera les importó, porque, mal que mal, el general los había liberado de su delirante cáncer anticomunista.

  10. Señor. Muzam.
    Puedo reconocer que su artículo está impecablemente bien escrito y que varios aspectos del mismo pueden constituir un aporte a la comprensión de ese período oscuro de nuestra historia. Lo que me cuesta aceptar es el intento de relativización que hace de la figura de un personaje reconocido en todo el mundo como un criminal sanguinario, un déspota y un títere más de las políticas imperialistas de Estados Unidos. Encuentro además que establecer una comparación de más o menos maldad utilizando a los tres mil muertos en Chile versus los treinta mil muertos argentinos, es abusar de un humor negro de muy mal gusto.
    Pinochet fue un asesino que no pagó por sus crímenes ni sus robos. Sus ministros y asesores, que hoy están convertidos en megaempresarios o disfrutando de suculentas pensiones, tampoco pagaron por ninguno de sus crímenes, robos o atropellos a los derechos humanos.
    ¿A estas basuras humanas usted les pretende dar un baño de humanidad?
    Tenga usted un buen día.

  11. Se conoce como Proceso de Reorganización Nacional a la dictadura cívico-militar que padeció la República Argentina entre 1976 y 1983… Padecer, sufrir, soportar, sobrevivir… Sólo así se siente la dictadura, o al menos eso se puede expresar al respecto, la otra opción viable es callar o decir en voz baja. Puertas a dentro, entre argentinos, se puede entender este período como uno de los más oscuros y dolorosos de nuestra historia en el que vivimos bajo el gobierno de estado que se imponía a partir del terror.
    A tantos años de aquello, socialmente tenemos dos visiones opuestas ideológicamente como en Chile, pero lo sufrido y la evidencia de los crímenes cometidos se tienen tal peso y contundencia, que obliga a quienes defienden la postura del gobierno dictatorial a esgrimir sus argumentos en voz baja… evitando exponerse demasiado.
    En este punto radica a mi entender la principal diferencia en la percepción de la dictadura entre chilenos y la argentinos. La condena social llega presurosa cuando alguien se atreve a defender a sus protagonistas: Jorge Videla, Emilio Massera, Orlando Agosti, Roberto Eduardo Viola, José Alfredo Martínez de Hoz, Jaime Perriaux, Cecilio Pereda, entre otros, o aboga en favor de sus ideologías autoritarias, anticomunistas, antiperonistas, conservaduristas y apoyo al liberalismo económico. No se les reconoce mérito alguno a su gobierno, a sus ideas, a sus actos…
    Sinceramente no veo posible que se escriban artículos favorables o moderados hacia estas figuras en el un futuro inmediato. El horror, las torturas, los secuestros, los desaparecidos… el espanto actúa como censor ante una posible voz que diga «no fueron tan malos». En este sentido estamos menos fragmentados, predomina una suerte de ejercicio de conciencia colectiva que grita «nunca más».

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