ATENTADO EN ARIZONA: Los Violentos

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En España, la nueva ley antitabaco ha comenzado con peores humos de los que esperábamos por la prohibición del consumo en bares y restaurantes. En Montehermoso, Cáceres, un cliente insatisfecho con el mensaje del Gobierno, le ha propinado un golpe al dueño del local, haciéndole una herida en la cabeza con 16 puntos de sutura. Como siempre, tras el hecho, se producen los comentarios a favor y en contra del tabaco. Sin embargo, esta circunstancia no parece ser un hecho aislado, y lo que es más grave, no creo que tenga mucho que ver con fumar, como se está diciendo en muchos ámbitos; es decir, que este tipo tiene el potencial de agredir, por los mil y un motivos que tenga para ello, y utiliza cualquier ocasión, como en este caso ha sido que le impidan fumar en una bolera, para descargar su rabia y su violencia.

No busquemos al tabaco como culpable, porque el tabaco en este caso es una herramienta para desencadenar las iras que ya están dentro de nosotros, antes de la ausencia o presencia del cigarrillo. El culpable no es la pistola, sino quien la dispara.

Hace apenas un mes, tuvimos que sufrir uno de los hechos más terribles del pasado 2010 en España. Un hombre entró en una cafetería y mató con una escopeta a su jefe y al hijo de éste. Al parecer, eran dueños de una empresa constructora y con la crisis que está sufriendo el sector lo habían despedido. Después de matar a ambos, se dirigió a una oficina de una entidad bancaria y asesinó a dos de los empleados de la misma. El motivo: que no le habían pagado un cheque que recibió de su jefe porque no tenía fondos. El asunto ha trascendido lo justo. Los múltiples comentarios se redujeron a uno: “es un loco aislado, una desgracia”.

Y seguimos sumando a esta “locura” de violencia el terrible suceso en Tucson, Arizona, en el que añadimos también el ingrediente de la crispación política, que tan decepcionados y aturdidos nos tiene a todos los ciudadanos.

Es posible que a este límite lleguen simplemente unos pocos, sin embargo, la sensación general y la ira particular de toda la sociedad, se está viendo incrementada, y eso es algo que no deberíamos tomar como “un hecho aislado”, sino como un grave problema del que podemos ver sus consecuencias en cualquier periódico, cada día, y sobre el que, inevitablemente, tenemos que trabajar.

A medida que nos sentimos más confundidos, más aturdidos, más decepcionados y más empobrecidos, soltamos nuestra rabia, por no tener la vida que querríamos, hacia fuera: hacia el que nos prohíbe fumar, al que nos deja sin trabajo, o hacia los políticos con los que no estamos de acuerdo. Cualquiera tiene la culpa, menos nosotros mismos. Y en este afán de culpabilizar al otro, es donde mejor se alimenta la violencia. Una vez que elijo un foco para expresar mis odios, lo demás, ya viene todo rodado.

Sí, todos sentimos rabia hacia aquellos que consideramos “más” culpables del asunto; sin embargo, si solo focalizamos esta culpa, nunca solucionaremos el problema. Esta neurosis colectiva a la que ha llegado la sociedad actual, en la que las escenas de violencia se suceden ya de forma periódica es producto del conjunto de todos los sentimientos de rabia de todos los seres humanos. Nuestra ira, nuestra violencia, por pequeña que sea, también está aportando a esa sensación común de malestar y decepción y deseo de venganza a la que estamos asistiendo. Si ponemos todas nuestras fuerzas en estas emociones, seguiremos alimentando este tipo de individuo cuya única finalidad en la vida es expresar violentamente sus “ideas” incrustadas y esclavas.

Sin embargo, si utilizamos esa fuerza para transformar, para crear, para no entrar en el juego en el que llevamos entrando todos estos años de hiperconsumo, crédito y política escasa de ética, podremos ir aportando los ladrillos para construir una nueva sociedad, fundamentada en nuevos valores.

Todos los años asistimos, para las fiestas navideñas, a nuestras propias quejas por los excesos a los que nos vemos sometidos, pero ¿es que alguien nos obliga a hacerlo?, ¿podríamos vivir sin consumir como posesos? Obviamente, nadie nos obliga, y sí, podríamos vivir perfectamente sin entrar en este juego. Entramos, y después culpamos a las grandes empresas de los abusos; pero entramos, y alimentamos, y aportamos. Por tanto, en la escala de culpabilidades, también nosotros ponemos nuestro granito de arena. Si en lugar de quejarnos constantemente comenzamos a vivir, poco a poco, de un modo menos consumista, valorando más aquello que no procede de la creación masiva, este primer paso puede ser un primer cimiento hacia un camino diferente.

No podemos olvidar que las sociedades, son la suma de individuos, y que nuestras emociones participan del conjunto. No podemos olvidar que nuestros estados de ánimo, nuestros pensamientos, nuestros actos, aportan al total de la humanidad, y por eso debemos ser responsables de ellos y actuar en consecuencia.

Laura Fernández Campillo. Ávila, España, 07/10/1976. Licenciada en Economía por la Universidad de Salamanca. Combina su búsqueda literaria con el trabajo en la empresa privada y la participación en Asociaciones no lucrativas. Sus primeros poemas se publicaron en el Centro de Estudios Poéticos de Madrid en 1999. En Las Palabras Indígenas del Tao (2008) recopila su poesía más destacada, trabajo este que es continuación de Cambalache, en el que también se exponen algunos de sus relatos cortos. Su relación con la novela se inicia con Mateo, dulce compañía (2008), y más tarde en Eludimus (2009), un ensayo novelado acerca del comportamiento humano.

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