ATENTADO EN ARIZONA: De la intolerancia a la masacre

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Sí, pienso que el editor Gabriel Lerner tiene razón cuando pide que se escriba sobre este hecho que ha conmocionado de nuevo a Estados Unidos; y es que de esta masacre hay que hablar porque ya forma parte de un fuerte conflicto existencial que pende como un riesgo diario de nuestra incidencia de vida y porque también, claro, su connotación se explaya en relación con muchas cosas que están ocurriendo actualmente en el contexto económico, político y social de esta nación.

Mi perspectiva es la de alguien sin ningún partidismo político ni ningún interés que no sea el del humanismo más profundo, y muy cercano —pienso— a un tono liberal y critico de todos los extremos: ideológico, religioso y hasta nihilista, aunque parezca que mi principal característica sea la de no creer en nada, cuando contrariamente puedo creer en todo, siempre que ese “todo”, claro, yo lo vea en una perspectiva reivindicadora de la necesidad que tiene el ser humano de comunicarse y trasmitirse los mejores valores de una libertad y democracia genuinas, o una libertad que al menos aspire a situar al hombre en la más amplia civilidad posible.

Así las cosas, empiezo por preguntarme, ¿cuántas masacres no han sucedido y suceden todos los días en el mundo?; ¿cuántas aberraciones suicidas no tienen el síntoma de la catástrofe en relación con la degeneración del ser humano? Incluso, no ya en esta época, sino en tiempos más distantes, por recordar algunas entre miles, como por ejemplo, la muerte histórica de Julio César a manos de Bruto en medio del Senado romano. Las muertes no sólo en Estados Unidos, de Abraham Lincoln o de John F. Kennedy, que por sus importantes perfiles de presidentes entran dentro de la lógica del riesgo, sino además las innumerables masacres de civiles a lo largo de la historia y, aun de nuestros días más recientes, en cualquier lugar de este planeta. Las masacres siempre han sido acontecimientos reiterativos que dejan huellas históricas.

El antagonismo partidista

Sin embargo, ¿cuál es la razón por la que, en estos momentos, esta matanza resalta más? ¿Por qué este miedo acervo, este pánico, salta de pronto, repito, si este tipo de exterminio ya se ha intentado y consumado, como he dicho, en un sinfín de ocasiones? Pues no sólo porque fue la agresión contra un grupo de seres humanos que perdieron la vida y otros quedaron gravemente heridos, no, no por esto nada más, que es condenable, naturalmente, sino porque la gran mayoría está sintiendo que el deterioro político está permeando los demás órdenes de la existencia, lo que hace que, en lo fundamental, el ataque de un supuesto enfermo mental contra una congresista estadounidense, Gabrielle Giffords, demócrata, señalada por radicales extremistas del Partido Republicano, como Sarah Palin y otros del Tea Party, con el propósito de sacarla de circulación por sus ideas ¿demasiadas populistas?, ¿demasiadas obamistas?, ¿demasiadas izquierdistas?, se haya convertido en un alarmante foco rojo que nos está parpadeando delante de nuestras narices… Y es que todos estos deseos de “eliminación política” han coincidido con el hecho de la “eliminación física”… Pura coincidencia, por supuesto, pero coincidencia que cae dentro de un contexto dañado ya por la degeneración constante que desde hace bastante tiempo viene marcando la lucha política partidista, incluyendo indudablemente una espiral en ascenso de sentimientos racistas

¿Podrán sentir, entonces, estos teapartistas remordimientos por lo que ha pasado?… No lo creo, no sólo porque estoy seguro de que ellos nunca desearon la eliminación física de nadie, claro, sino porque asimismo estoy seguro de que su nivel de conciencia es tan superficial que no se sienten culpables. Cuando a la Palin le da por poner señalizaciones de dianas en los nombres y fotos que componen el mapa de sus contrincantes políticos, lo único que está demostrando es su nivel cruelmente infantil de ver el mundo, para no afirmar que está reflejando un inconsciente deseo de que esas personas desaparezcan, que se esfumen, que no hagan más sombra en la palestra pública… “Son los riesgos que corremos todos”, podrían pensar. “Estas cosas pasan. Este tipo, Jared Lee Loughner, está loco y le dio por matar”. Con estas expresiones y con los pésames a los familiares —condolencias que estoy seguro son sinceras, porque de verdad sus reacciones deben ser de desconcierto ante lo que ha pasado— se cubren, y el mundo sigue girando a pesar de todo.

¿Y es que, en realidad, Jared Lee Loughner está loco, o es un enajenado político, débil mental, como miles o millones que podrían andar por las calles?… No se sabe, el sujeto aún no dice nada y sus motivaciones están investigándose.

¿Y qué decir del ministro bautista que le da las gracias a Dios porque esta lacra cerebral de Loughner haya disparado y matado a estas personas? ¿No es el colmo de la inmundicia y de la infamia humana el hecho de “dar gracias a Dios” porque se haya asesinado a gente que no piensa igual que este supuesto religioso? ¿A qué dios se refiere este tal Fred Phelps, pastor de una iglesia bautista, que da gracias porque el asesino les haya hecho pagar sus pecados?… Todos estos ejemplos son los síntomas de una decadencia moral que si no se atajan conducirán a este país, y a buena parte del mundo, a un infierno dantesco (porque son hechos que han pasado y pasan asimismo en los países comunistas y en los fundamentalistas y en todos los lugares más corrompidos y degenerados del planeta). A dónde va a llegar Estados Unidos si continúa por este camino de intolerancia, corrupción y degradación moral, y lo peor de todo, en nombre de la libertad y la democracia. ¿Cuál es el verdadero sentido de libertad y democracia para este tipo de político que hoy en día ha querido llevar su partidismo al estercolero y a la inmundicia de los extremos ideológicos, a lo que la derecha fascista y la izquierda stalinista, populista y carnívora nos ha acostumbrado?

Y es que lo ocurrido encierra ya una diversidad de temas fallidos que se imbrican en el ámbito existencial de este país —con su influencia en el mundo, claro está. Por lo que, entre tantas cosas adversas que vienen ocurriendo desde hace unos cuantos años, y que son de importancia crucial, parece ser que este hecho se alza de repente como una advertencia del desastre que se nos avecina si no se acaba de tomar conciencia definitiva de los cambios que la realidad le está pidiendo a Estados Unidos y a los demás países del mundo.

Lo que quiero significar (y siempre me interesa recalcarlo debido a que no es un problema sólo de este país) es que en Estados Unidos, y en otras partes del mundo, el sentimiento de intolerancia y de discriminación racista se han aupado como una sombra extremadamente nefasta que está nublando las entendederas de cada vez más seres humanos, convirtiéndose así en un mecanismo de reacción cotidiana en contra de cualquier idea que no se quiera acatar. De ahí que la intolerancia y la rabia de algunos políticos y extremistas, difusores de ideas en programas radiales y televisivos, se haya venido incrementando desde hace unos años para acá.

¿Y por qué este aumento de la intolerancia, principalmente aquí en Estados Unidos? Ello habría entonces que indagarlo mediante estudios teóricos y de campo, de una combinación de disciplinas que relacionen a la antropología, la psicosociología, la economía y la política, y que nos pueda responder a cabalidad de por qué la intolerancia, el radicalismo, el fanatismo, el racismo —independientemente de aquellos que son supremacistas blancos, fascistas, etc.— están haciendo mella ya en gente común, en aquel que —más que un simple juego de palabras o de supuesta burla ingenua— está pasando a un modo de expresión seria, acercándose incluso peligrosamente a la forma en que piensan enormes masas de personas en otros países y regiones fundamentalistas. Este tipo de persona sólo logra mostrar con ello su declinación racional y espiritual. Pero como ya dije es un tema para un análisis más profundo; un estudio que permita acercarnos a una verdadera esencia de este fenómeno, el cual es abarcador de una gama de problemáticas humanas y no solamente de una cuestión de índole netamente política.

Por el momento, nada más pretendo describir un tanto la situación inmediata que aparece ante nuestros ojos en el panorama existencial de Estados Unidos, y que no es tan difícil de ver, ya que incluso está a la mano por lo frecuente e incesante que se muestra. En lo cual también tiene mucho que ver el afán de los medios. Tampoco se puede dejar de ver que la intolerancia religiosa y de izquierda recalcitrante de unos cuantos países y movimientos internacionales ha provocado ya una reacción igualmente injustificada por parte de movimientos y sentimientos partidistas de este país, y de unos cuantos de Europa, que unida (esta reacción de intolerancia, me refiero) a una serie de vectores que han venido in crescendo en estos últimos tiempos crea el campo de cultivo para este tipo de horror, que a su vez vuelve a traer como consecuencia la posibilidad de mantener esta reacción en cadena de desbarajuste humano.

La improcedencia de los extremos

Ninguno de los dos principales partidos de Estados Unidos ha hecho nada digno para representar los verdaderos intereses del pueblo americano. Los dos partidos se han inmerso en una lucha, casi a muerte, por hacer prevalecer sus intereses particulares. En realidad, no ha habido la menor voluntad por ponerse de acuerdo para resolver la situación económica (la cual de hacerse más desastrosa puede llevar al país a una consternación civil de incalculables proporciones); situación que ya va para alrededor de dos años, y que aún no deja ver un horizonte de soluciones ni cambios factibles que se conjuguen con la ética imprescindible que está pidiendo a gritos la economía mundial.

Ninguno de los partidos en el Congreso, ni el Departamento de Defensa, ni los organismos como la CIA, el FBI, la NSA, entre tantos, se ha dado a la tarea de realizar una revisión frecuente, vigilante, de los mecanismos de seguridad nacional que sean definitivamente efectivos, para evitar cualquier tipo de atentado terrorista, como el que acaba de suceder en Arizona y otros que han ocurrido y pudieran haberse evitado.

Ninguno de los partidos, ni el gobierno, ni los estados ni las organizaciones políticas, sociales y comunitarias se están poniendo de acuerdo para que se organice y se ordene (para el bien de todos) un más humano y conveniente estatus inmigratorio con el propósito de darle solución y estabilidad a esa enorme y ya famosa masa de indocumentados oculta en el territorio nacional ni tampoco para que se regule el tránsito de entrada y salida de los migrantes en correspondencia con la seguridad nacional y nuestras fronteras terrestres y aéreas.

Ninguno de los partidos, gobierno, instituciones y personalidades políticas influyentes terminan por ponerse de acuerdo o coincidir siquiera en busca de un consenso que reconozca de una vez la necesidad imperiosa de erradicar la violencia del narcotráfico, sopesando concienzudamente la posibilidad de la legalización de las drogas; la creación de verdaderos mecanismos para evitar —por todos los medios al alcance— la venta y el traspaso de armas de todo tipo y calibre hacia otros países, que después, sin duda, se revierten en contra de nosotros mismos; y asimismo crear los recursos, programas y tratamientos para minimizar lo más humanamente que se pueda la demanda y consumo de los estupefacientes. Sabemos que si ello se lleva a cabo, se podría alcanzar si no la solución, sí una eficiente estabilización que redunde en una mejor calidad de vida social y, en específico, educacional… Ah, pero los intereses en todos los niveles, desde los inferiores a los más altos, continúa bloqueando la posibilidad de soluciones.

Ninguno de los partidos, ni las mayorías de las cámaras en el Congreso, ni el gobierno, ni instituciones, organizaciones ni movimientos ni líderes ni figuras culturales se unen con fuerza —sin mojigaterías constitucionalistas, ni legalistas y menos en nombre de ningún tipo de libertad— para acabar con la venta y empleo de cualquier clase de armas en este país, con el uso y abuso de la violencia en la televisión, en la Internet y en las crónicas rojas de los medios, cualquiera sea. Y no es el hecho de atentar contra la libertad de expresión ni de acción, sino de encontrar los mecanismos justos que, dentro de una ética de vida, evite los extremos que se hacen imparables y sólo conducen a situaciones infernales irremediables.

Hay que renovar la conceptualización de todos los patrones de vida que nos están rigiendo: económicos, políticos, sociales, morales, espirituales. Buscar la libertad pero con ética, con justicia, con humildad, sin desdeñar la riqueza para crear bienestar, con un extraordinario sentido humano y, principalmente, con el amor hacia el prójimo y a nosotros mismos.

Entonces no seremos perfectos, pero con seguridad tendremos más paz. Y si ello pudiera ser así, algún día nos acordaremos de la niña de nueve años Christina Green, de Dorwan Stoddard, de Phyllis Schneck, de Dorothy Morris, de Gabriel Zimmerman , del juez federal John Roll, de la congresista Gabrielle Giffords y de todos los que fueron heridos. Y de esta manera podríamos estar más tranquilos, repito, pensando que siquiera las muertes que hubo, y los que lograron sobrevivir, ayudaron a Estados Unidos y al mundo a ser un poco mejor.

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Manuel Gayol Mecías
Escritor y periodista cubano. Editor de la revista literaria online Palabra Abierta (http://palabrabierta.com). Graduado de licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Universidad de La Habana en 1979. Fue investigador literario del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas (1979-1989). Posteriormente trabajó como especialista literario de la Casa de la Cultura de Plaza, en La Habana, y además fue miembro del Consejo de redacción de la revista Vivarium, auspiciado por el Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana.
Ha publicado trabajos críticos, cuentos y poemas en diversas publicaciones periódicas de su país y del extranjero, y también ha obtenido varios premios literarios, entre ellos, el Premio Nacional de Cuento del Concurso Luis Felipe Rodríguez de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) 1992.
En el año 2004 ganó el Premio Internacional de Cuento Enrique Labrador Ruiz del Círculo de Cultura Panamericano, de Nueva York, por El otro sueño de Sísifo.
Trabajó como editor en la revista Contacto, en 1994 y 1995. Desde 1996 y hasta 2008 fue editor de estilo (Copy Editor), editor de cambios (Shift Editor) y coeditor en el periódico La Opinión, de Los Ángeles, California.
Actualmente, reside en la ciudad de Corona, California.

OBRAS PUBLICADAS: Retablo de la fábula (Poesía, Editorial Letras Cubanas, 1989); Valoración Múltiple sobre Andrés Bello (Compilación, Editorial Casa de las Américas, 1989); El jaguar es un sueño de ámbar (Cuentos, Editorial del Centro Provincial del Libro de La Habana, 1990); Retorno de la duda (Poesía, Ediciones Vivarium, Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana, 1995).

3 comentarios

  1. Felicito a mi amigo Gayol por este excepcionalmente bueno analisis de la masacre en Arizona. Me resulta particularmente creible e impactante por venir de un analista independiente, que como bien el mismo dice, no cree en nada y al mismo cree en todo porque cree en el ser humano. . Quisiera estar equivocado, pero creo que este gran pais, la democracia mas antigua y solida del mundo, pudiera estar a las puertas de su decadencia si no rectifica su rumbo politiquero. Yo pensaba escribir tambien sobre este tragico acontecimiento que realmente es muy preocupante, pero francamente luego de leer este articulo antologico de Gayol, no creo que pueda aportar mucho mas al tema.

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